Justicia

El caso de la niña Ella, la contaminación y la ley

La niña londinense murió en 2013 pero representa a todos los niños y adultos expuestos a un entorno tóxico que no nos tomamos bastante en serio

Protesta de niños por la contaminación de los coches

Protesta de niños por la contaminación de los coches / Joan Mateu Parra

Carol Álvarez

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La niña Ella tenía 9 años cuando perdió la vida, pero no ha sido hasta ahora, 7 años después,  que la Justicia inglesa ha dado a su muerte una carga de profundidad con una sentencia agridulce. Dicen los jueces que el ataque agudo de asma que la mató no fue fortuito, sino consecuencia de la contaminación que respiraba día a día en el entorno de su casa, muy cerca de una carretera muy transitada. Y así puesto por escrito, el precedente ayuda al movimiento ecologista a dar un paso de gigante para que el gobierno británico regule de una vez una zona de bajas emisiones que proteja la salud ambiental. 

La cosa es que Ella no enfermó de pronto, ni tampoco los humos contaminantes surgieron de la noche a la mañana. La tragedia se venía larvando año tras año en que la contaminación se extendió por la zona como una amenaza fantasma y la mala salud creciente de la pequeña no se supo contextualizar. 

Ella ha muerto, y sus padres quisieron saber por qué. Es probable que una ley lleve pronto su nombre y que su caso sirva para evitar más dramas, como los malos tratos continuados que sufrió en Cataluña la niña Alba en 2006, que le provocaron daños irreversibles, pusieron sentencia mediante patas arriba el sistema de coordinación de servicios sociales, médicos y escuela en el protocolo de detección de maltrato infantil.

¿Tiene que morir un niño para que reaccionemos? Hay demasiados toques de alerta y atención que pasamos por alto. La asbestosis, por ejemplo, se metió, como tantos otros enemigos minúsculos que nos amenazan desde su tamaño imperceptible, en los pulmones de cientos y cientos de personas a partir de las fibras de amianto desprendidas que se calaban en ropa y piel y de ahì saltaban al organismo. Vincular las muertes por enfermedad pulmonar a trabajos cerca de construcciones de Uralita,  de amianto, costó dios y ayuda y aún se litiga en los tribunales para el reconocimiento de pensiones de viudedad, y de incapacidades laborales. 

La Agencia de Salud Pública de Barcelona calcula que en 2019 la contaminación del aire en la ciudad causó un 7% de las muertes consideradas como naturales, unas 2.000, y también está detrás de los nuevos casos de asma infantil (650).

La pandemia, en esa cara B de todas las desgracias, nos limpió el aire al reducir el tráfico en las calles con las medidas de confinamiento, pero la caída del uso del transporte público por el miedo al contagio disparó el uso de los coches y motos….2020 no habrá sido mejor. Que se lo digan si no a las familias de niños que estudian en el Eixample. Si hubo protestas este año en la ciudad de muy diferente signo, la de los niños y padres que el viernes pasado cortaron el tráfico en el corazón de la ciudad no fue solo llamativa: es un grito reivindicativo en el que se aunan la lucha por un nuevo modelo de ciudad y el fufuro de las próximas generaciones.

Ella, la niña londinense, murió en 2013 pero representa a todos los niños y adultos expuestos a una realidad que no nos acabamos de creer, que no nos tomamos bastante en serio. Quizá es por eso que hay pocas leyes eficaces  y menos ganas de aplicarlas. El caso de Ella puede cambiar a partir de ahora, para empezar, el futuro del aire de Londres. 

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