Cultura

Del Liceu al Hermitage

 

El fantasma de la decadencia de Barcelona se perfila en el horizonte y conviene una buena sacudida con nuevos debates

Gran Teatre del Liceu de Barcelona

Gran Teatre del Liceu de Barcelona / JOAN CORTADELLAS

Xavier Bru de Sala

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No hay cambios, por ahora, debido al covid, sino incremento de la precariedad sobre una capa previa de incertidumbre y malestar. No hay cambios pero los habrá, tanto en la percepción pública de la cultura como en la gestión como en las propias propuestas de los creadores y productores. Después de la brutal crisis de hace diez años, de la que parecía que nos podíamos llegar a recuperar, la pandemia ha acabado de arruinar las escasas perspectivas de los pocos optimistas. El fantasma de la decadencia de Barcelona, ​​vinculado al de Catalunya a la manera inexorable de los siameses, se perfila en el horizonte. Antes de que lo haga con mayor nitidez conviene una buena sacudida al panorama, nuevos debates y nuevas perspectivas.

Se han oído, aunque en privado, voces muy influyentes que proponían la reprivatización del Liceu. El argumento es que los recursos propios han sobrepasado en alguna ocasión los aportados por las administraciones. Pues bien, quienes así piensan deberían atreverse a plantearlo y los demás estar dispuestos a sopesar pros y contras. Nadie se quejaba de la fórmula anterior al incendio. Pocos atacarían el resultado de una transformación de este tipo si se vincularan las aportaciones públicas, sin las cuales deberían cerrar para siempre, a un incremento de la democratización, el servicio público y el acceso universal a la ópera de la Rambla.

Bajando hasta el puerto, la confrontación entre las autoridades municipales, demasiado ideologizadas en este y otros temas, y los promotores del proyecto del Hermitage, arbitrada por una opinión que no se acaba de decantar, se resolvería de manera clara y decidida a favor de los segundos si, además de la arquitectura singular del contenedor, presentaran una lista incuestionable de obras de grandes maestros, que tantísimo abundan en San Petersburgo y de las que tan huérfana se encuentra Barcelona. En ocasión del Thyssen, en Madrid no supieron presionar lo suficiente, pero si Barcelona vincula la autorización a una lista obnubiladora de obras capitales y artistas de renombre universal, el beneficio para todos sería incalculable.