10º aniversario de un cambio

La excepción tunecina

Entre los factores que explican el éxito está que las Fuerzas Armadas han mantenido una neutralidad ejemplar rechazando interferir en la política

El país magrebí sigue siendo la gran esperanza de la Primavera Árabe debido al éxito de su transición democrática

Un robot policial llama a la cuarentena en Túnez

Un robot policial llama a la cuarentena en Túnez / periodico

Ignacio Álvarez-Ossorio

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Un día como hoy hace 10 años, un vendedor ambulante de nombre Mohammed Bouazizi cambió el rumbo de la historia. Tras la confiscación de sus mercancías, decidió prenderse fuego para denunciar la arbitrariedad de la policía. Esta desesperada acción de protesta desató una ola de movilizaciones que provocó la caída del dictador Ben Alí cuatro semanas después. Había empezado la Primavera Árabe que pronto se extendería a Libia, Egipto, Siria, Yemen y Bahréin, aunque sus réplicas se dejaron sentir prácticamente en toda la geografía árabe.

Hoy en día, Túnez sigue siendo la gran esperanza de la Primavera Árabe debido al éxito de su transición democrática que contrasta con el caos imperante en otros países árabes, inmersos en un torbellino de conflictos armados y crisis humanitarias interminables. Lo anterior no quiere decir que el tránsito de la dictadura a la democracia haya sido un camino fácil, ya que el país magrebí ha sufrido una campaña de atentados yihadistas que golpeó a uno de los principales motores de su economía: el turismo. Asimismo, la crisis económica que padece el país, agravada por la pandemia del covid-19, que provocó una contracción del 21,4% del PIB en el segundo trimestre de este año, ha acentuado el malestar ciudadano y el descrédito de la clase política facilitando la irrupción de formaciones populistas.

El éxito tunecino puede explicarse aludiendo a una serie de factores. En primer lugar, Túnez es el país más pequeño de todo el Norte de África y cuenta con una población de tan solo 11 millones de habitantes, la más homogénea de la región: mayoritariamente árabe y sunní. Esta circunstancia explica que haya estado al margen de las grandes tensiones sectarias registradas en Oriente Próximo y que tampoco se haya convertido en una trinchera más del conflicto que libran las potencias regionales por la hegemonía. Lo más sorprendente es que ni siquiera la lucha fratricida en Libia ha sido capaz de desestabilizar a Túnez.

Una segunda razón es la madurez de la que han hecho gala las principales fuerzas políticas que, a pesar de su rivalidad, han evitado a toda costa destruir los puentes de comunicación, lo que ha impedido un choque frontal entre los sectores laico e islamista. De hecho, Túnez es el único país afectado por la Primavera Árabe en el que se ha registrado una transición pacífica de poder, cuando en 2014 el islamista Ennahda cedió el testigo al secular Nidaa Tunis sin grandes aspavientos. En este sentido, es importante destacar que Ennahda es probablemente el partido islamista más pragmático del mundo árabe y su líder, Rachid Ghanuchi, siempre ha sido un firme defensor de la democracia parlamentaria.

En tercer lugar, debemos hacer referencia a la fortaleza de la sociedad civil, una de las más dinámicas y sólidas de la región. La Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) jugó un papel clave en la caída de Ben Alí al convocar una huelga general que paralizó el país. Durante la última década, dichas organizaciones se han movilizado para condenar la violencia y preservar las libertades. Tras una serie de asesinatos políticos contra varios políticos izquierdistas se estableció el Cuarteto de Diálogo integrado por la UGTT, la Liga de Derechos Humanos, el Colegio de Abogados y la Confederación de Industria, Comercio y Artesanías para evitar un choque de trenes entre los sectores laico e islamista, labor que fue reconocida con el Premio Nobel de la Paz en 2015.

En cuarto y último lugar debe destacarse el papel positivo jugado por las Fuerzas Armadas. En este caso, Túnez también es una excepción en comparación con los dos países con los que comparte fronteras: Argelia y Libia, donde los militares han monopolizado el poder prácticamente desde las independencias nacionales. Las Fuerzas Armadas tunecinas desobedecieron las órdenes de reprimir las manifestaciones contra Ben Alí y, tras su caída, han mantenido una neutralidad ejemplar rechazando interferir en la política, actitud que contrasta abiertamente con la del Ejército egipcio, que en 2013 encabezó un golpe de estado contra los Hermanos Musulmanes y puso en marcha una auténtica caza de brujas para eliminar cualquier vestigio islamista en la escena política. 

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