ANÁLISIS
Felipe VI se la juega en su mensaje de Navidad
Su alocución debe ser debe ser inequívocamente democrática, contundente con los intentos de la derecha más extrema y explícita en el rechazo de los escándalos que han manchado la Casa Real
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Nunca el mensaje de Navidad del rey había sido tan importante. Lo suyo sería que formase parte del paisaje navideño, sin estridencias, como ocurre en las monarquías parlamentarias consolidadas. Algo así como el concierto de año nuevo de Viena o los saltos de esquí de Garmisch-Partenkirchen. Sin embargo, tras un año tan aciago como este 2020, la alocución de Felipe VI será seguida con enorme atención. No solo por la pandemia, sino por las incógnitas que acechan a la institución monárquica tras los escándalos protagonizados por su padre, el Rey Emérito. Y por el intento de algunos oficiales jubilados de involucrarle en sus delirios, haciéndole destinatario de cartas de marcado signo neogolpista.
No lo tiene fácil Felipe VI. Con Juan Carlos en Abu Dabi, pendiente de la justicia y condenado por buena parte de la opinión pública española e internacional, con la derecha y la extrema derecha jaleándole con propósitos espurios, y con uno de los partidos de la coalición gubernamental asociando a los Borbones al franquismo y a una serie sobre los narcos colombianos. Menuda papeleta. Los apoyos de Pedro Sánchez son demasiado obvios para compensar semejante tormenta. Un sentimiento republicano difuso y diverso, que ya no es solo el de Catalunya, se abre paso, lentamente, contenido por la convicción de que España no vive el mejor momento para abrir el melón de la monarquía. Si no fuera por aquel sabio axioma que recomienda no hacer mudanza en tiempos de tribulación, la perpetuación de los problemas y las historias truculentas en la cúpula del Estado podría acabar socavando la base histórica y social que le queda a la monarquía española.
Se sabe, se dice
Hasta ahora, Felipe VI ha guardado silencio. Se sabe que fue él quien aconsejó a su padre salir un tiempo de España, quedando a disposición de la justicia. Se sabe que es contrario a la intención de Juan Carlos de pasar las navidades en familia, como si fuera un honesto ciudadano español que trabaja en los Emiratos. Se sabe que las cartas de los militares facciosos no le hicieron ninguna gracia y que las remitió ipso facto al Gobierno. Se sabe. Se dice. Pero él no ha dicho nada, y los silencios, si se prolongan, son pasto de toda suerte de maledicencias, más aún en una sociedad de redes, memes y ávida de conspiraciones como la actual. Tras este largo silencio, su discurso de Navidad no puede ser de conveniencia. No le conviene que haya que leerlo entre líneas y que todos los políticos, hasta Santiago Abascal, lo alaben más por lo que calla que por lo que dice. Tampoco puede abordar la corrupción como si fuera una plaga divina, ajena a su entorno, como hiciera Juan Carlos en algunas de sus prédicas navideñas. El mensaje de Navidad es su discurso, el suyo, aquel que se escribe en la Zarzuela. Y como tal debe ser inequívocamente democrático, contundente con los intentos de la derecha más extrema y explícito en el rechazo de los escándalos que han manchado la Casa Real. Una papeleta, desde luego, pero también una oportunidad.
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