El tablero catalán

La ultraderecha catalana

La única extrema derecha con posibilidades de articulación política es Vox

Ignacio Garriga (Vox) justifica la moción de censura como "un deber nacional"

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Josep Martí Blanch

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Tras las elecciones autonómicas de 2015, Artur Mas entregó las llaves del 'procés' a la extrema izquierda. El entonces diputado de la CUP, Benet Salellas, nada más coger el llavero con la mano, lo celebró humillándole sin reparo: le hemos enviado a la papelera de la historia. Tras el adiós forzado de Mas, la extrema izquierda siguió arreando en el costado más débil del soberanismo negándose a aprobar los primeros presupuestos de Carles Puigdemont redactados por Oriol Junqueras. Para engatusarlos el gerundense tuvo que sacarse de la manga una moción de confianza y prometer el referéndum que acabó celebrándose el 1-0 de 2017. 

La historia del 'procés', hasta su descarrilamiento, es la historia de la influencia creciente de la CUP. Los pilotos al volante del bólido siempre fueron convergentes y republicanos. Pero en 'boxes', desde 2015 y hasta el salto al vacío de 2017, estuvieron los antisistema decidiendo la estrategia de carrera y el grosor de los neumáticos.

La reciente expulsión de los Demòcrates de Antoni Castellà del grupo parlamentario de ERC, junto a las insistentes peticiones de dimisión del vicepresidente del Parlament, Josep Costa (JXCAT), por haber asistido a una reunión con diferentes grupúsculos independentistas marginales, entre los cuales algunos con posicionamientos ultras, ha avivado en los últimos días el debate sobre la connivencia del soberanismo con una supuesta extrema derecha de estelada y ratafía.

Es un debate inflado artificialmente. Entre los muchos y graves desaguisados del soberanismo no se cuenta el de flirtear con la ultraderecha. Hasta la fecha, el independentismo político solo se ha encamado con la ultraizquierda, el único extremo político en el campo independentista que ha contado con los votos suficientes para reivindicarse como imprescindible y a quien además Artur Mas, antes de su decapitación, había puesto la alfombra roja y regalado parabienes. 

Para que el soberanismo pudiera fundirse en un abrazo con 'fachillas' de estelada y tatuajes de Guifré el Pilós en el antebrazo sería condición necesaria que estos fuesen alguna cosa más que un puñado de frikis, tan ruidosos como ridículos, y que estuviesen agrupados políticamente alrededor de unas siglas con un mínimo de proyección. Como no es así, ya sea en el pasado reciente como en el futuro próximo, la única asa extremista con la que cuenta el independentismo es la de la izquierda. Otra cosa son los injertos de nacional populismo con los que cada vez se ha sentido más cómodo a medida que avanzaba el proceso y que alcanzaron su máxima altura en octubre de 2017 y después con el torrismo y sus derivadas. 

Pero la oferta nacional populista -un enemigo fácilmente identificable culpable de todos los males, soluciones fáciles y mágicas a cualquier problema, discurso divisivo de la sociedad entre buenos y malos, dialéctica belicista, negación de la legitimidad del adversario político, etc- no es patrimonio de la derecha, ni de la izquierda; como tampoco lo es del soberanismo o del constitucionalismo. Esta idea es fácil de entender si uno recuerda que el populismo entró por primera vez en el Parlament de la mano de Ciutadans, años antes de que la Catalunya autonómica implosionase.

En estos momentos la única ultraderecha catalana con posibilidades de articulación política y con un corpus ideológico asentado sobre los principios de este tipo de formaciones es VOX, a quien además todas las encuestas vaticinan unos más que buenos resultados en las elecciones y representación parlamentaria asegurada. 

La realidad es tozuda y de lo que nos advierte con claridad meridiana es de que la mecha ultraderechista donde sí ha prendido con fuerza es en el constitucionalismo. Ni siquiera es necesario recordar que VOX es la tercera fuerza política en el Congreso y que condiciona gobiernos autonómicos y municipales de primer nivel por toda la geografía española.

Al soberanismo lo ha tutelado y puede que vuelva a hacerlo a partir de las próximas elecciones, según los resultados, la extrema izquierda. Al constitucionalismo lo tutela la extrema derecha, con cartas de militares al Rey incluídas.

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