RENACER TRAS EL VIRUS
¿Quo vadis, Barcelona?
No se trata de matar a la gallina de los huevos de oro, sino de diversificar el monocultivo del turismo: nuevas tecnologías, sanidad, cultura
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Hasta el último diciembre, en la Gran Via, la arteria más larga de la ciudad, con sus 13 kilómetros, las luces de Navidad reproducían onomatopeyas gozosas: «Ding, dang, dong», «nyam, nyam, nyam», «txin, txin, txin», «muac, muac, muac». Los sonidos de los villancicos, las digestiones, los brindis y los besos que no nos daremos. En este año bisiesto de infortunios, las luminarias son más sobrias: círculos de colores, un remedo de las bolas que adornan los abetos –o de los aros de antiguas euforias olímpicas–, y un letrero enorme, en la encrucijada de la avenida con el paseo de Gràcia, que grita: «Barcelona». Así, a secas, sin alusión alguna a estas fiestas aguadas, como si la ‘gran encisera’ necesitara reafirmarse, recuperar su identidad y autoestima. «Quo vadis, Barcino mea?».
En Rambla Catalunya, el paseo señorial de los tilos, sorprenden la cantidad de comercios con la persiana bajada y la profusión de carteles con el mismo mensaje de fondo: «en lloguer», «disponible», «se traspasa», «gran liquidación de existencias». La zapatería Queralt, de las de toda la vida, ‘plega’ por jubilación. Un poco más abajo, en una tienda desmantelada, un señor con pinta de arquitecto explica que el negocio ha quebrado, dejando un pufo de varios meses de alquiler, que tiene otros siete locales vacíos y que nada, que no se mueve nada. La calle Pelai también está rara, y en el Gòtic el panorama resulta aún más desolador, como un decorado vacío, de cartón piedra, perdido en Cinecittà, los estudios romanos donde se rodó precisamente ‘Quo vadis?’, la peli sobre los desmanes de Nerón que reponen cada Semana Santa. ¿Hasta cuándo se puede resistir conteniendo la respiración?
Abrillantar la cresta
El otro día, Toni Sust contaba en estas páginas que, aun siendo pronto para cuantificar el descalabro, se prevé que el PIB de Barcelona se desplome entre el 9% y el 15%. Una barbaridad. El covid ha evidenciado los peores males; es decir, el riesgo de apostar demasiadas fichas al rojo impar del turismo. Como sucedía en las crisis cafetaleras del siglo XIX, el monocultivo, muy rentable a rachas, desembocaba en batacazos tremendos en cuanto la sobreproducción derribaba los precios. Cataplum, ¿y ahora qué? La ciénaga del virus, unida a la resaca cabezona del ‘procés’, aunque dolorosa, brinda una oportunidad única para enderezar el rumbo, repensar hacia dónde vamos. La ciudad necesita un cuaderno de bitácora nuevo. ¿Qué se hará con el Port Olímpic? ¿Queremos una Barcelona convertida en Magaluf? ¿A quién beneficia el turismo de chancleta? ¿Y el precio de los alquileres? ¿Qué pasa con la vivienda social? No se trata de matar a la gallina de los huevos de oro, por supuesto, pero sí de abrillantarle la cresta, de diversificar. Habrá que subirse otra vez al tren, aunque sea a empujones. ¿Alternativas compatibles con el turismo? La automoción eléctrica, las nuevas tecnologías, la sanidad y la cultura. Guarden las banderas y pónganse a pensar.
El quebranto comenzó con el pan con tomate de brocha.
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