EL FUTURO DE LOS PERIÓDICOS

Los diarios son ventanas

La prensa pasa por un momento difícil, pero es precisamente ahora cuando el diseño gráfico puede salvar una cabecera

El Periódico estrena nuevo diseño en web y papel

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Juli Capella

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Mi primera relación con un diario fue pisotearlo. Páginas abiertas sobre el suelo de casa recién fregado por mi madre. Luego, cuando bajaba al quiosco para comprárselo a mi abuelo y zamparme un chuche con el cambio. Más tarde al llevarlos apilados al trapero para rascar dos o tres pesetas al peso. También los usaba para forrar libros, hacer gorros o barquitos. Pero mi vivencia epifánica con un diario fue cuando mi hermano mayor llegó a casa muy excitado. Blandía el primer ejemplar de ‘El País’. Pasaba las páginas con devoción y me fijé en que el habitual desfile de hormigas de los diarios de la época aparecía aquí ordenado, pulcro y atractivo. Se leía con facilidad. Nuevos contenidos en nuevo estuche. Corría el año de 1976. Desde entonces, para mí, los diarios han sido una especie de mapa del tesoro de la realidad.

En 1978 aparecía otra bomba periodística: EL PERIÓDICO DE CATALUNYA. Con un atrevido diseño de Juan Fermín Vílchez y Carlos Pérez de Rozas, donde por primera vez se entraba de lleno a considerar la imagen como contenido y no mera decoración del texto. La cabecera que dirigía Antonio Franco se avanzó internacionalmente en muchos años a la reconversión visual que fueron haciendo más tarde otros diarios conservadores, gráficamente y editorialmente hablando. El siguiente hito no llegaría hasta 1989 con la renovación de ‘La Vanguardia’, curiosamente rezagada, que quiso entrar en la modernidad por la puerta grande. Encargó su renovación a Walter Bernard y Milton Glaser, autor del ‘I love NY’.

Insólito y arriesgado

A los pocos días aparecía una nueva cabecera en Madrid, ‘El Mundo’, aspirando a dar un empujón a ‘El País’, que ya daba signos de agotamiento con su fórmula bauhasiana del alemán Reinhard Gäde. En 1994, el ‘Avui’ encargó su renovación a Roger Black para subsistir. En 1997, EL PERIÓDICO hizo algo insólito y arriesgado, ofrecer doble edición en catalán y castellano. Y en el 2000 marcó la diferencia imprimiendo por primera vez en España íntegramente en color, con rediseño de Antoni Cases. Finalmente, en 2010 aparecía el diario ‘Ara’ con una compaginación fresca y ágil, ya en clara sintonía con los tiempos digitales. 

Ahora EL PERIÓDICO se renueva de la mano de Jorge Martínez, jefe de diseño de Prensa Ibérica, buscando, además de lectores, espectadores interactivos. Y mientras tanto han ido proliferando diarios nativos digitales, solo en Catalunya un centenar. Los diarios españoles, desde el punto de vista gráfico, han sido innovadores, alcanzado reconocimiento en los premios del sector y compitiendo con notables cabeceras internacionales como ‘The Guardian’, ‘Die Zeit’, ‘The Washington Post’, ‘The New York Times’, ‘Libération’ o ‘la Repubblica’.

Delicado momento

Pero el diario vive un delicado momento de declive. Alcanzó un pico en España en el año 2000 con ventas de 4,2 millones de ejemplares que hoy apenas llegan al millón. No solo se han dejado de vender, sino que la publicidad ha caído a una tercera parte. Claro que algo del pastel publicitario ha ido a parar a las respectivas ediciones digitales. La revolución de internet y el ‘on line’ está siendo el verdugo del papel. ¿Desaparecerán los diarios impresos? Seguro que no. Ningún medio tan potente muere, sino que se acomoda hasta encontrar su nicho justo. Así como el cine no acabó con la radio, ni la tele con el cine, y los vinilos siguen siendo negocio. Ahora es cuando precisamente el diseño gráfico puede salvar una cabecera.

¿Cómo? Haciendo el contenido más accesible y legible. Facilitando un circuito predilecto a cada lector. Potenciando la fotografía-mensaje. Añadiendo ilustraciones originales. Desarrollando un estilo propio de infografía. Dejando respirar los textos. Jerarquizándolos gráficamente. Los diarios se están pareciendo cada vez más a una revista, y en cierta medida, a una pantalla de ordenador. Hasta entran ganas de pasar el dedo para ampliar una noticia. Pero el papel no me deja. Aun y así sigue siendo la ventana analógica que me explica la realidad. Y cuanto entro en esa ventana, rica, amena, me llega mejor el mundo exterior contado por periodistas y expertos. No hay ética sin estética.

Hoy, cuando abro el diario en el metro y ojeo el vagón, atiborrado de gente amorrada al móvil, me siento un bicho raro. Pero resistiré.

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