Conocidos y saludados

Mucho rey y poco emérito

El Rey emérito Juan Carlos I en el exterior del Congreso de los Diputados.

El Rey emérito Juan Carlos I en el exterior del Congreso de los Diputados. / JuanJo Martin

Josep Cuní

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“Por supuesto que la ley es para todos la misma pero no todos somos iguales ante la ley”. Así nos aclaró doña Isabel Díaz Ayuso la situación de don Juan Carlos I. Intentaba sacarnos de la confusión en la que estábamos acerca del proceloso estado del rey emérito y sus expuestos problemas fiscales y nos metió en otra al contradecir el artículo 14 de la Constitución y contravenir uno de los pilares de la democracia. La igualdad sin matices. Con lo cual, oficializaba lo que algunos temían, otros clamaban y la mayoría no se creía por mucho que el presidente Pedro Sánchez se haya hartado de repetir lo elemental. Que del rey abajo, ninguno.

Desde que empezó la actual crisis borbónica, la corona no ha hecho otra cosa que encadenar episodios entre privados y públicos, familiares y oficiales, de conocida y lastimosa trascendencia civil, penal e internacional con abdicación incluida. Que en este paisaje el monarca no puede ser considerado uno más aunque haya burlado al fisco y regularice su falta porque el agradecimiento por la grandeza de los servicios prestados debe prevalecer a las pequeñeces de sus trapicheos económicos es una interpretación entre conservadora y sentimental que la presidenta de la Comunidad de Madrid puede entender pero no defender. Por cargo y condición. Por pedagogía y obligación. Especialmente en lo que se refiere a las causas posteriores a la pérdida de inmunidad y que tendrían en el uso de las tarjetas opacas familiares la mirada oficial de la fiscalía.

Al parecer, el ministerio público comunicó al propio emérito a principios de noviembre pasado que le estaba investigando. Como sea que el escándalo se sumaba a otros que basculaban entre la cartera y el amor -extramatrimonial, por supuesto-, la impunidad también bajó del pedestal. Y con ella la imagen del campechano que defraudó al fisco con la misma facilidad que castigó a los monárquicos. 

La ejemplaridad pública no vive su mejor momento. El siglo XXI nos está mostrando las costuras del anterior que entonces se creían holgadas y ahora se ven tensas. Son diversas las personalidades que han pasado de elogiadas a vilipendiadas porque se ha descubierto su doble moral. Especialmente por la contradicción que supone predicar conciencia y vender vinagre. De ahí que los críticos de la Transición se sientan avalados por los hechos cuando hablan de aquel periodo como el que dio a luz al llamado régimen del 78. 

Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias (Roma, 5-1-1938) ha provocado a la gran mayoría de españoles la misma decepción que Jordi Pujol a los catalanes afines. En el fondo estamos hablando de monarquías paralelas. De ahí sus confianzas compartidas. A ambos los problemas legales se les acercaron a través de la familia y a los dos acabaron salpicándoles por cuentas ocultas en otros países que parecían perseguir la misma finalidad: sentirse económicamente tranquilos llegado el momento temido. Los dos habían visto de cerca y jóvenes cómo la precariedad se imponía a la imagen pero, para evitar que la historia se repitiera, interpretaron mal el camino a seguir. Tanto en el fin como en los medios. Y así, ambos han quedado ya para la enciclopedia como figuras controvertidas de las que sus pocos fieles intentan que las virtudes pesen más que los defectos. Una legítima defensa baldía.

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