El racismo que no fue

Los jugadores del Paris Saint-Germain y el Basaksehir hacen un alegato contra el racismo antes de empezar el partido de la Champions.2020  (Photo by XAVIER LAINE   POOL   AFP)

Los jugadores del Paris Saint-Germain y el Basaksehir hacen un alegato contra el racismo antes de empezar el partido de la Champions.2020 (Photo by XAVIER LAINE POOL AFP) / Xavier Laine / Afp

Josep Martí Blanch

Josep Martí Blanch

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Ser negro no da ni quita razones. El grupo al que perteneces no te convierte en intocable. Ser blanco tampoco presupone nada. Ni bueno, ni malo, ni regular. Esto es de primero de responsabilidad individual. Pero como todas las lecciones básicas de vez en cuando hay que repasarla. 

Otra cosa es el plano colectivo. Ahí sí hay facturas por cobrar y por pagar. Y la mejor manera de hacer ambas cosas son los marcos jurídicos que imposibilitan en el presente el abuso, la discriminación y el odio (en su vertiente tangible, porque es imposible que una ley impida odiar, solo puede ayudar a evitar que el odio se materialice). Como los marcos jurídicos por sí solos nunca son suficientes, también es necesario el compromiso individual de cada uno con la igualdad y el respeto. Todo esto es demasiado serio para tomárnoslo a broma.

Y en favor de la seriedad hay que escribir con todas las letras que el partido entre el Paris Saint Germain y el Basaksehir no se suspendió por un insulto racista del cuarto árbitro, el rumano Sebastián Coltescu, como se afirma unánimemente sin pizca de rigor; sino por la sobreactuación del segundo entrenador del equipo turco, Pierre Webó, que tras ser expulsado entró en un bucle del que ya no pudo ni quiso salir a cuenta del racismo. 

Disculpas inmediatas

Puede comprenderse que Webó interpretara como un insulto lo que no era más que un adjetivo (negro) que el árbitro asistente refirió al principal para ayudarle a identificar a quien debía echar de un banquillo en el que todos los demás eran blancos. Pero eso no es racismo. Resulta indiferente la reacción del indignado Webó. ¡No es racismo! Igual que no lo sería la situación contraria, en la que todos los ocupantes de un banquillo fuesen negros menos uno y el colegiado de turno dijese al principal “expulsa al blanco”. 

Si añadimos que el colegiado dio las explicaciones pertinentes y se disculpó de inmediato, resulta ya más complicado sostener la posición de Webó no queriendo bajar del burro.  Salvo que se quiera justificar su actuación y darle la razón no por lo que dijo o hizo el cuarto arbitro -el hecho objetivable-, sino por la existencia innegable del racismo en nuestras sociedades que, pirueta de culpabilidad mediante, nos obliga a aceptar como racista cualquier cosa, palabra o hecho que el supuestamente ofendido considere como tal.

Hay que estar al lado de cualquier persona que sufre una humillación racista. Hay que señalar a los supremacistas raciales, afearles la conducta, avergonzarlos, pasarles el código penal por encima para plancharlos como merecen si su vergonzosa ideología se plasma en hechos concretos.

Pero hay que estar también al lado de quien es acusado ante el mundo entero de un delito grave que no ha cometido. A un inocente hay que defenderlo siempre, aunque el río de la opinión publicada ya lo haya condenado. 

Quizás Sebastián Coltescu sea un racista, nunca se sabe, la liebre salta siempre donde menos se la espera. Pero si todo lo que se tiene en su contra para echarlo a quemar vivo en la hoguera de los bien pensantes es lo que dijo el martes en el césped de París estamos ante un linchamiento absurdo e inmerecido. La pira se encendió en nombre de un racismo que no fue.