La lucha contra el coronavirus

Tengo miedo de vacunarme

El alto grado de improvisación y las contradicciones en las que han sucumbido los gobiernos suponen un freno añadido

Una mujer de 90 años, primera en el mundo en recibir vacuna de Pfizer

Una mujer de 90 años, primera en el mundo en recibir vacuna de Pfizer / efe vídeo

Sílvia Cóppulo

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Las cifras de la desconfianza son rotundas. Casi la mitad de la población en España (47%) se niega a vacunarse del covid-19 y un 13% más duda de si es necesario hacerlo, según la encuesta del CIS. Otro estudio de la Universitat de Barcelona y el Observatorio Social de la Caixa retrata una realidad similar: solo un 29,5% afirma que se pondrá la vacuna rápidamente cuando esta esté disponible; la gran mayoría prefiere esperarse un tiempo (56%), o bien afirma que no se va a vacunar (14,1%).

Curiosamente, ser mujer -que se contaminan menos-, menor de 65 años, no sentir un miedo atroz a enfermar y desconfiar de las declaraciones de las autoridades son factores que influyen en no estar presto. Confieso, pues, que me encuentro dentro de este perfil: tengo miedo de vacunarme. Pero, a la vez, me siento responsable de ponerme la vacuna para contribuir a frenar la proliferación de la enfermedad. Así, pues, ¿qué planteo? 

Si en Catalunya el apoyo a los planes de vacunación de los niños llega a un rotundo 95%, ¿por qué desconfiamos de las vacunas del covid-19? En primer lugar, por el nivel de desconocimiento de la enfermedad. Lo resumiré en una única pregunta: ¿por qué el virus del covid-19 puede no ocasionar ningún síntoma a algunas personas y, en cambio, matar a otras, después de una agonía de sufrimiento? ¿El poco conocimiento difundido tiene algo que ver con la posible efectividad de las vacunas?

Continúo: aunque los científicos trabajen a conciencia, la carrera por producir vacunas está relacionada con los beneficios económicos que los laboratorios quieren conseguir. Y, por último, el alto grado de improvisación y las contradicciones en las que han sucumbido los gobiernos (el de aquí y el de allá) suponen un freno añadido. No dudamos de su buena intención, comprobamos su nivel de errores y aciertos. Solución: información cierta y continuada, transparencia, reconocimiento de las limitaciones, comunicación. Se trata de recuperar la confianza perdida y, hoy por hoy, los discursos grandilocuentes políticos vacíos de contenido juegan a la contra.