Pandemia edatista

El último tango

A mucha gente mayor el covid-19 les ha obligado a ser como fueron sus abuelos

Leonard Beard

Leonard Beard

Eva Arderius

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Ha cerrado la sala de fiestas Tango, en la calle Diputació de Barcelona. No ha podido aguantar las restricciones y ha bajado la persiana definitivamente. He vivido al lado durante un tiempo y siempre me ha sorprendido ver la actividad y el ambiente que había en la sesión de tarde, cuando se convertía en una discoteca para gente mayor. A veces imaginaba que los que salían habían entrado jóvenes, y que habían pasado tantas horas dentro, que habían acabado envejeciendo. O que, en realidad, lo que estaba viendo era una discoteca para adolescentes a través de uno de esos filtros del móvil que te pone años encima. Me gustaba ver salir a los grupos de amigas, cogidas del brazo porque ya no aguantaban los tacones, cansadas de bailar, comentando atropelladamente y a gritos (todavía con la música resonando en los oídos) todo lo que había pasado dentro. Me gustaba ver a las parejas de nueva creación despidiéndose en el metro, con la amiga de ella esperando tres escalones más abajo. Otras tomaban algo en el bar del hotel que hay al lado mientras se empezaban a contar su vida.

Son personas de la tercera edad pero con espíritu joven. Pero ahora no viajan, ni bailan, ni ayudan a los demás

Me gustaba ver cómo iban vestidas ellas. Se arreglaban como nadie se arregla un jueves por la tarde en Barcelona. Y ellos, duchados en colonias que aguantaban con la misma intensidad del primer minuto horas después de su aplicación. Me imaginaba abuelas y abuelos bloqueándose la agenda y recordando a sus hijos que los miércoles, o los jueves o quizás los viernes no contaran con ellos. Aquel día NO. Incluso una vez tuve que ayudar a una señora que iba tan mareada como alegre. Pensé que era fantástico llegar así a casa más allá de los 65 años. Me gustaba verlos felices, con ganas de gustar a los demás, con ganas de bailar, de pasar tiempo con los amigos, de conocer a gente nueva, de arreglarse y estrenar ‘modelitos’ llamativos con los que captar la atención, sin complejos. Cada tarde celebraban la vida en aquella sala y a las diez, sin toque de queda, para casa. 

Qué ha sido de ellos

Desde que cerraron, primero por el confinamiento y ahora de forma definitiva, pienso qué ha sido de todas aquellas personas de la tercera edad pero con espíritu joven. Ya no bailan. Pienso en ellos y en otros: en los que esperaban ansiosos que llegara noviembre para irse de vacaciones a Benidorm y poder hacer allí lo que no se atreven a hacer aquí, en los que hacen voluntariado con agendas imposibles. Pienso en Miquel Pucurull, maratoniano, que acaba de cumplir los 82 años y tiene pendiente correr sus últimos 42 kilómetros. O en Viqui Molins, que con sus 84 no paraba quieta en casa, pero que ahora no puede estar todo el día en su querido hospital de campaña de la parroquia de Santa Anna, ayudando a los demás. O en todos los abuelos anónimos que han vuelto a hacer de padres de sus nietos porque sus hijos no tienen tiempo. 

Todos ellos son gente mayor, uno de los sectores de la población más afectados por el coronavirus, pero dentro de este grupo no todo el mundo es igual. Hay personas vulnerables, enfermas y que viven en residencias pero también hay otra realidad: la gente mayor que no lo es tanto y que ahora la pandemia les ha obligado a ponerse delante del espejo. Les ha obligado a volver a ser como sus abuelos. A tener una vida recluida, pasiva y solitaria. Dejar de ir a bailar, dejar de correr, de ir al gimnasio para hacer aquagym, dejar de viajar, de hacer partidas en los ‘casals’, de ir a la universidad e incluso de ir a la peluquería, porque ahora ya no salen tanto. La pandemia les ha truncado las ilusiones, les ha obligado a quedarse en casa y a desaprovechar un tiempo precioso. Este año han sumado años. Si pensaban y afirmaban con orgullo que los 80 se habían convertido en los nuevos 60, ahora el coronavirus ha invertido la tendencia, y ha hecho que los 60 años se aproximen más a los 80.

Quizás tenga que ver con la invisibilidad de envejecer o quizás con el edatismo, la discriminación por edad, muy presente en nuestra sociedad. Pero el caso es que no se han hecho distinciones, se les ha puesto a todos en el mismo saco, a los vulnerables y a los que no lo son. Hay que tenerlo presente para nuevas olas. No se puede encerrar en casa a todo el mundo por igual. Quizás hemos maltratado a la gente mayor, pero en algunos casos no por protegerlos poco, sino por querer protegerlos demasiado. 

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