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El misterio de Laura

Está por ver si la política que Borràs lleva practicando desde hace pocos años se parece mucho o poco a aquellos sueños de la ficción que se destruyen en cada despertar

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Josep Cuní

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Irrumpió en escena como suele hacerlo en la vida. Alta presencia, sonrisa seductora y dominio del lenguaje envuelto en dulce voz. Así empieza su contacto. Con la misma fuerza con la que Tolstói nos introduce a Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen las unas a las otras pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Una clara advertencia de lo que nos espera. En la gran novela del realismo ruso y en el persistente naufragio de la política catalana. Toda una declaración de principios que algunos traductores han ampliado insistiendo en la capacidad que tiene el desdichado para acabar sintiéndose profundamente desgraciado. Algo que la política, en general, provoca con menos esmero y más perseverancia. 

A Laura Borràs Castanyer (Barcelona, 1970) le gusta citar de memoria aquel inicio memorable de la literatura universal. Quizás porque en su juventud, y mientras aparecía fugazmente como gogó de discoteca en un exitoso anuncio veraniego de refrescos de naranja y de limón, lo que realmente le motivaba era que la protagonista desafiara por amor las férreas convenciones que dominaban la helada Rusia del siglo XIX. Después, ya como profesora de literatura comparada, supo entender mucho más. La fuerza narrativa con la que Tolstói describe las vidas paralelas que el cine visualizó en los raíles sobre los que discurre el tren que encauza los destinos. Hasta el fatídico choque de ideales.

Es la fuerza de la literatura que “tiene la mágica facultad de transformar, de variar, de expurgar, de metamorfosear, de mentir” como Borràs escribió en su libro Per què llegir els clàssics avui (Ara, 2011). Era el fruto de un proyecto iniciado a partir de sus colaboraciones en Els Matins de TV-3 donde debutó en el mundo mediático hablando de las obras que cualquiera de nosotros debería disfrutar antes de morir. Una invitación a su propia obsesión reflejada en la cita de Schopenhauer que sugería que con los libros también debería venderse el tiempo para leerlos. 

Fue aquella la pista de despegue hacia el gran público de la comunicadora apasionada que ahora trampea acciones judiciales y sintetiza prosaicos eslóganes partidistas donde antes hablaba de Esquilo, Ausiàs March, Balzac o Margarit. Y disertaba sobre otra mujer marcada: Madame Bovary. Aquella Emma, subterfugio de su autor, que ha de refugiarse en la ficción porque es “en esas fugas o viajes mentales donde descubre el espacio utópico de la felicidad”.

Está por ver si la política que Laura Borràs lleva practicando desde hace pocos años se parece mucho o poco a aquellos sueños de la ficción que se destruyen en cada despertar. En la necesidad que la candidata a la presidencia de la Generalitat tiene de mirar permanentemente hacia atrás y rememorar el aciago otoño del 17 para no olvidarlo, insiste. Y a fuerza de repetirlo, convertirlo en la obra cumbre del independentismo romántico para lanzarse hacia su propio futuro marcado por la prosa desmembrada de la política. Allí donde la verdad suele ser substituida por la mentira pretendiendo que esta se convierta en la certeza que no es a diferencia del Gustave Flaubert que admitió que Mme. Bovary era él. 

¿A cuál de las dos fatídicas heroínas de las letras universales se siente más próxima la diputada Borràs? Es cosa suya. De sus votantes será decidir si le aceptan más dosis de ficción o le exigen baños de realismo.