A pie de calle

Mendigos de lo suyo

Cada vez hay menos sucursales que atiendan a nuestros mayores

BARCELONA 09 02 05 BARRIO DEL CARMEL FOTO ALBERT BERTRAN UNA ANCIANA DESCANSA TRAS SUBIR EL PRIMER TRAMO DE ESCALERAS MECANICAS AVERIADAS EN LA CALLE ALGUER

BARCELONA 09 02 05 BARRIO DEL CARMEL FOTO ALBERT BERTRAN UNA ANCIANA DESCANSA TRAS SUBIR EL PRIMER TRAMO DE ESCALERAS MECANICAS AVERIADAS EN LA CALLE ALGUER / ALBERT BERTRAN

Valeria Milara

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Hace cinco años años los vecinos de Can Clota, en Esplugues, escogieron a Natalia, la directora de uno de los bancos del barrio para ser la pregonera de las fiestas. Y es que la chica era competente, pero sobre todo era valorada por ser cercana y cariñosa, al igual que el resto de los trabajadores de la sucursal. Trabajadores que ya no sé dónde están porque la oficina cerró de la noche a la mañana. Yo ni siquiera he visitado aún al que se supone que es mi nuevo gestor, porque, sin saber mucho, ya me autogestiono 'online' y medio voy tirando. Pero ¿qué pasa con los vecinos mayores de mi barrio? Y con los de otros muchos barrios, que han visto desaparecer esas entidades, a las que han confiado sus ahorros toda su vida, y que no saben nada de nada de Internet. Cuando les veo, a las puertas de la oficina bancaria,  con su mascarilla “blanca”, esa que les han dicho sus hijos que se pongan porque esa es la más buenecita, sus ojos lo dicen todo. La mascarilla no impide ver que no sonríen, que están tristes e impotentes.

Los bancos, esos que tienen su dinero, les hacen el honor de recibirles para informarles de cómo está lo suyo, como si lo “suyo” fuera un favor personal en lugar del servicio que corresponde por ser clientes con decenas de años de antigüedad. La tecnología avanza una barbaridad, pero tampoco voy a consentir que con ese argumento nos hagan comulgar con ruedas de molino. Los clientes de una cierta edad y sin acceso a Internet necesitan de una atención física y humana. Aún recuerdo como, no hace tanto, iba con mi abuela a la sucursal bancaria a recoger el calendario de pared con el que cada año obsequiaban a los clientes y que ella colocaba en el mejor lugar de su humilde casa, como si fuera un 'picasso'. Era un momento en el que ella se sentía importante, se sentía reconocida. Se sentía sencillamente como una clienta. Nuestros mayores se han convertido en mendigos del tiempo y atención de los bancos, cuando son ellos los que les han dado buena parte de su riqueza.