El mapa político español

Lo que Bildu tiene pendiente

Bajo la marca electoral conviven Sortu y organizaciones que siempre condenaron la violencia

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joninyarritu / periodico

Rosa Paz

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«Si hace diez años nos hubieran dicho que el escándalo se iba a montar porque los abertzales radicales anuncian su voto a favor de los Presupuestos Generales del Estado español y no porque estuvieran celebrando el último atentado de ETA, nos hubiera parecido una quimera y todos hubiéramos firmado por eso». Lo dicen muchos vascos, incluso muchos dirigentes de los partidos políticos que padecieron directamente el terrorismo etarra. En ambientes conservadores del resto de España esa afirmación puede parecer claudicante, pero es coherente no solo con la idea de reconciliación de la sociedad vasca, también con los sucesivos acuerdos antiterroristas alcanzados en los años de plomo, empezando por el pacto de Ajuria Enea en 1998, cuyo objetivo era conseguir que los etarras, y quienes les apoyaban, abandonaran el terrorismo y pasaran a hacer política. Ese era también el mensaje que les lanzaba Alfredo Pérez Rubalcaba, siendo ministro de Interior, cuando en 2010 Batasuna se alejaba tímidamente de la banda terrorista y esta parecía meditar sobre el cese de la violencia. «O bombas o votos», decía entonces Rubalcaba. 

Ahora, nueve años después de que ETA dejara de matar y dos después de su disolución, la izquierda abertzale hace política en las instituciones, es la segunda fuerza en Euskadi, con casi el 28% de los votos, y tiene cinco diputados en el Parlamento español. Los cinco que apoyan las cuentas del Estado. Ese hecho, sin embargo, ha generado una dura polémica y críticas al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desde los partidos de la derecha, pero también desde dentro del propio PSOE. Mientras Sánchez evita siquiera mencionar a Bildu, la derecha y algunos barones socialistas le reprochan esos apoyos porque consideran indigno pactar con EH Bildu, a la que consideran filoetarra. Otros socialistas, Felipe González entre ellos, resaltan más la intención, que atribuyen también a ERC, de querer «desguazar» el proyecto de España. 

No ayuda a una mayor comprensión del nuevo papel del abertzalismo radical que simultáneamente al voto positivo a los Presupuestos se escuchen declaraciones como la del secretario general de Sortu, Arkaitz Rodríguez, asegurando que van a Madrid «a tumbar definitivamente el régimen». Como no ayuda tampoco el apoyo de Sortu a los homenajes a los etarras excarcelados, que tanto dolor causan a sus víctimas, o la resistencia de sus líderes a condenar la violencia o a hacer autocrítica por su pasado acompañamiento a ETA. Aunque da pasitos. La portavoz parlamentaria Mertxe Aizpurua, militante de Sortu, participó el lunes en el homenaje al exministro de Sanidad y figura histórica del PSC Ernest Lluch en el Congreso. Sortu es heredero directo de Batasuna, es el partido de Arnaldo Otegi y la principal formación política de la coalición EH Bildu.

Socialistas y PNV quieren empujar a Sortu a hacer una autocrítica sincera de su pasado compromiso con ETA

Es evidente que el tema de Bildu es espinoso y la pasada vinculación a ETA de una parte de la coalición contamina cualquier acuerdo político. Pero otros de los partidos y organizaciones que conforman esa marca electoral siempre condenaron el terrorismo. Es el caso de Eusko Alkartasuna, el partido de Carlos Garaikoetxea, Alternatiba, que procede de Ezker Batua (la IU vasca), y Aralar. De ahí, por ejemplo, que el diputado Jon Iñarritu, que procede de Aralar, reiterara hace unos días en el Congreso su condena al «terrible asesinato» por parte ETA del guardia civil hijo del diputado de Vox Antonio Salvá y le dijera al padre: «Tiene mi respeto como persona y como víctima tiene mi solidaridad personal y profunda». Fue un acto parlamentario inédito hasta ese momento. 

El problema recae, por tanto, en Sortu, en cuyos estatutos rechaza explícitamente la violencia y en particular la de ETA, pero cuyos dirigentes se resisten a condenarla públicamente. Esa es la razón por la que en el País Vasco y Navarra se alcanzan pactos con la coalición abertzale, pero socialistas y PNV han establecido una especie de cordón sanitario para que no participe en la gobernabilidad. No es solo porque el nacionalismo moderado haya optado por la transversalidad y rechace el frentismo, es porque quieren empujar a los líderes abertzales a acabar la tarea que tienen pendiente: una autocrítica sincera de su pasado compromiso con ETA, que ayude a entender que la banda terrorista no tuvo justificación.

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