IDEAS

Actrices, futbolista y retórica

Comparar la fama de Maradona con una de las actrices destacadas, no mejores, del panorama teatral propio, es un indicio del grado de estulticia al que hemos llegado

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Xavier Bru de Sala

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Tiene poca gracia que el hijo de la desaparecida Montserrat Carulla, animado por un corifeo de tuiteros, se queje del trato necrológico concedido por TV-3, como si se la hubiera castigado a causa de su independentismo. Algunos iban más allá en la queja cuando afirmaban-vaticinaban (con excesivamente fácil acierto) que Maradona ocuparía las portadas que se le habían negado a la Carulla por ser independentista. La hipótesis contraria podría ser igualmente cierta y la actriz estar sobrevalorada por los que la hubieran querido convertir en icono por eso mismo, pero, por respeto a los que se acaban de morir, nadie ha pensado que valía la pena incidir en ello. Si asomáramos un momento la nariz por encima de la tapia del ombligo observaríamos, no solo que el teatro es, quizá por desgracia de la humanidad entera, menos popular que el fútbol, sino que el fenómeno Maradona es universal, que estamos ante un ídolo con cientos de millones de fans o curiosos, por lo que comparar su fama estratosférica con una de las actrices destacadas, no mejores, del panorama teatral propio, es un indicio del grado de estulticia al que hemos llegado.

Grado que estamos a punto de sobrepasar, de tanto como andan de ansiosos y desesperados los fans de este astro menguante llamado Puigdemont. Como han perdido toda posibilidad de escribir una hoja de ruta que puedan ni siquiera hacer ver que se creen, basan su supervivencia en la distorsión constante y sistemática. Además de no dejar nada por verde deben hacer ver que incluso lo más verde madura o está a punto de madurar. Cabría esperar que esta actitud no afectara a la cultura pero la esperanza es vana, ya que si la cultura tuviera un mínimo peso en el curso general de los acontecimientos de este país, Laura Borràs no habría llegado jamás a participar en una lista electoral por la sencilla razón de que no habríamos desaprendido a separar la retórica del contenido, la parafernalia de la sustancia. Ay, el teatro cuando sale de los escenarios. Ay el teatro cuando huye de sí mismo.