CONOCIDOS Y SALUDADOS

Pasión, muerte y gloria

Gardel, Evita y Maradona fueron ídolos que marcaron la memoria colectiva de una nación; Argentina se reflejó en ellos

zentauroepp55986561 opinion201127170706

zentauroepp55986561 opinion201127170706 / periodico

Josep Cuní

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Gardel, Evita, Maradona. Tango, pueblo, fútbol. La trinidad argentina. El arrabal. Allí donde el país vuelve con el alma marchita y vive con ella aferrada a un dulce recuerdo que llora otra vez.

Los tres fueron ídolos y los tres han marcado la memoria colectiva de una nación que refleja en su bandera el azul del cielo, el blanco de la pureza y el sol que todo lo ilumina. Empezando por las esperanzas de los desarraigados y los excluidos a los que Carlos Gardel dedicó algunas de sus letras, Eva Duarte de Perón buena parte de sus discursos y Diego Armando Maradona la euforia de sus goles. Los tres eran Argentina porque Argentina se reflejó en ellos. Y nada de lo que les sucedió puede entenderse sin comprender aquella realidad. La que aclamó sus éxitos y deploró sus muertes. La que desató las pasiones públicas que servían para disimular sus vicios privados. La que les sacó de los suburbios para subirles a los palacios. La que no dejará de llorarles por mucho que, desde el balcón de la Casa Rosada, una voz de musical les cante que no lo hagan.

Los tres pasaron por Barcelona. La esposa del general Perón, subiendo a Montserrat y siendo recibida por el abad Escarré. Despedirse después de Franco y agradecer los vítores de una  ciudadanía ilusionada que la saludaba a su paso pensando que el régimen se abría cuando la visita no hizo más que apuntalarle. Y a pesar de ello, el populismo de Evita se manifestaba en los micrófonos de Radio Nacional para “recoger vuestros aplausos, obreros y obreras españoles, porque son la expresión de vuestro repudio hacia aquellos agitadores que soliviantan a los pueblos con promesas utópicas, para abandonarlos una vez han asegurado sus fortunas”.

Veinte años antes, Carlos Gardel se había paseado de nuevo por la capital catalana de la mano de su amigo José Samitier –“Sami, el capitán del Barcelona, con tu juego que emociona, nos has hecho estremecer. Sami, portador de la nobleza, de tu tierra la grandeza, caballero Samitier”–. Y de regreso a Buenos Aires, dice que el fútbol no le interesaba hasta que vio jugar al Barça. El club al que 60 años después llegaría Maradona para conquistar Europa y, desde aquí, comerse el mundo. Un afán recíproco porque la noche le confundió, liberó sus pulsiones y le bajó a los infiernos.

Hay en sus vidas y en el mito de sus muertes grandes dosis de idolatría y exageración. Porque donde hay pasión hay desmesura. Y quizá sea el Pelusa quien mejor lo haya encarnado. Retenido por la Junta militar para que su joven prodigio sirviera de distracción a una población aterrorizada, perseguida y reprimida, no pudo saltar el charco hasta que España no recogiera en 1982 el relevo del Mundial de Argentina 78. Lo cuenta Josep Mª Minguella. Mientras, la dictadura que se metió en la Guerra de las Malvinas implantó su peor etapa de terror del que quería que el fútbol fuera tapadera. Hasta Menotti se disculpó años después por enmascarar involuntariamente sangre, desaparición y muerte. Maradona lo compensó con sus amistades peligrosas. Castro, Chávez. Incluso el Che Guevara fue reivindicado por quien asumió un papel que, con los años, iría mucho más allá del campo. Allí donde se pierde la cordura y se alcanza la imprudencia. Donde se cree que todo es posible porque la vida ya es solo una metáfora.   

Suscríbete para seguir leyendo