DOS MIRADAS

Lapidación

Ante el revuelo montado por el caso de Elena Cañizares simplemente habría que decir que no hay que compartir las conversaciones privadas

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Emma Riverola

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Reconozco que no entiendo muy bien todo el revuelo –conmoción– que se ha montado alrededor de Elena Cañizares, esa estudiante de enfermería que se ha hecho célebre por compartir en Twitter los mensajes de una discusión con sus compañeras de piso. Cañizares había dado positivo en covid-19 y les anunciaba su situación y su decisión de permanecer en la vivienda. Las tres compañeras, de fin de semana en casa de sus padres, la conminaban a abandonar el piso. Les parecía un incordio atenderla cuando regresaran de la preceptiva cuarentena.

Desconozco cuál es la relación de Cañizares con sus compañeras, tampoco sus vidas ni sus obligaciones ni sus verdades o sus mentiras. Y, sobre todo, no entiendo que este sea un tema que no solo haya movilizado la barra de bar de Twitter (tan bulliciosa, belicosa e impresionable) sino que marcas, políticos, medios y guías espirituales se hayan lanzado a teorizar, amplificar (mucho, muchísimo) y organizar juicios públicos con lapidación incluida sobre el caso. El engranaje perfecto para deglutir ingenuos.

Cañizares solo merecía un consejo: no compartas conversaciones privadas.