VECINA DE LES CORTS

Otra calle es posible

Les Corts ha tenido que ir ganándose a pulso su escasa paz vial

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Mar Calpena

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A la avenida de Madrid no le ayuda su condición fronteriza. Este ‘no man’s land’ que discurre entre Sants y Les Corts lo cruzan en sentido Besós cinco carriles para motos, coches y autobús. Y digo “autobús”, que no “autobuses”, porque hasta hace un par de años se podía elegir entre el 54 y el H10, pero al segundo, que era el más rápido, le cambiaron el recorrido pese a la oposición vecinal. La avenida de Madrid es una ‘porciolada’ que en teoría tenía que prolongar la calle Indústria, pero que en su trazado muta su nombre de calle de París a Berlín y de este, a Madrid, donde no se sabe muy bien por qué, se gradúa a avenida. El término evoca arboledas y bulevares de dimensiones ‘hausmanianas’, cuando en realidad estamos hablando de una de las vías de la ciudad más peligrosas para los ciclistas, y en la que el paseo no es demasiado agradable.

Aquí, con la pandemia, se ha logrado peatonalizar un carril, en el que este domingo a media mañana transitaban varias señoras mayores empujando sus carritos, y se han abierto un par de terrazas de panaderías. Es poco, y fuera por la hora o por el tránsito, lo cierto es que ayer estaban vacías. No ocurría lo mismo en las aledañas plaza del Centre y calle de Joan Güell. En alguna mesa se apiñaba un grupillo nutrido, y en otra la distancia de dos metros parecía calculada por un examinando del carnet de conducir bisoño, pero en la mayoría los clientes llevaban mascarilla y disfrutaban merecidamente del solecito mientras otros paseaban o hacían la compra. Joan Güell es un ejemplo de lo que es posible, porque sin ser peatonal, ha ganado cierta calma al transformar un carril de coches para las bicis.

Les Corts ha tenido que ir ganándose a pulso su escasa paz vial. Primero vino la del núcleo antiguo, que de todos modos tenía calles poco adecuadas para el coche. No hace tanto llegó la de la ahora soterrada ronda del Mig. Esperemos que la siguiente sea la avenida de Madrid, ese patito feo que mira con envidia el cierre dominical de la vecina carretera de Sants.