Opinión | Editorial

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Vacunas: ni temores ni euforia

Un médico prepara una jeringa en una campaña de vacunación en Niza (Francia) el 24 de octubre del 2017.

Un médico prepara una jeringa en una campaña de vacunación en Niza (Francia) el 24 de octubre del 2017. / REUTERS / ERIC GAILLARD

En las últimas dos semanas se han sucedido las noticias sobre los avances decisivos en la investigación de vacunas contra la covid-19. De la docena de farmacéuticas que están completando los ensayos clínicos de fase 3, las de Moderna y Pfizer (con un diseño hasta ahora inédito y mayores dificultades logísticas) y la de AstraZeneca y la Universidad de Oxford (que parte de principios más probados y no requiere de una cadena de distribución tan costosa) son las que ofrecen más esperanzas, con un mayor o menor grado de eficacia y seguridad, pero en todos los casos superior al que se había fijado como objetivo mínimo. Expectantes ante la aprobación médica de los compuestos, se abre ahora un nuevo panorama que pasa por la aprobación del plan nacional de vacunación, que debe iniciarse en enero y  completarse en el primer semestre del 2021, empezando por los sectores priorizados (por edad o per exposición directa al virus) y continuando con el mínimo exigible para que la inmunidad de grupo sea efectiva. 

Sin embargo, al menos tres cuartas partes de la población mundial debería desarrollar anticuerpos para volver a la tan deseada normalidad. Y en la última encuesta del CIS, nada menos que un 53% de los españoles se mostraban reacios a la vacuna, un porcentaje demasiado alto que bebe tanto de la oposición frontal y genérica a estos fármacos como al temor a lo desconocido y no probado: ambos alimentados por la proliferación de noticias falsas, mitos y desinformación. Las vacunas que se administrarán –aunque pueda existir cierta reticencia ante experiencias como la rusa– ciertamente se han elaborado a una gran velocidad pero solo se aplicarán tras valoraciones científicas solventes y la certificación de que no presentan efectos secundarios graves. No pudiendo ser obligatorias, es importante llevar a cabo una campaña de sensibilización potente para ahuyentar temores y convencer a los ahora indecisos. Por el bien de todos. 

Mientras tanto –y ese mientras tanto se puede hacer aún largo–, sin caer en una euforia irracional, conviene extremar las medidas de higiene, prevención y distancia social. La segunda desescalada, más paulatina, exige que la afectación de la enfermedad se mantenga en la franja de lo tolerable, sobre todo en cuanto a los ingresos hospitalarios. Las fiestas de Navidad y Año Nuevo siguen siendo bombas de relojería ante las que hemos de permanecer alerta, viviéndolas con menor intensidad colectiva, para no desembocar en una nueva crisis sanitaria.