El día que todo empezó a torcerse

¿Cuándo se jodió Catalunya?

Poco a poco, todo quedó envuelto en la misma bandera. Las legítimas aspiraciones de Catalunya y lo demás. La patria, el partido y la familia de Jordi Pujol

Recogida de firmas en apoyo a Jordi Pujol.

Recogida de firmas en apoyo a Jordi Pujol. / ARCHIVO

Andreu Claret

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¿Cuándo se jodió Catalunya? Muchos se hacen esta pregunta, emulando aquel personaje de ficción de Vargas Llosa que se planteó, hace medio siglo, en qué momento se había jodido el Perú. Muchas son las respuestas, dominadas, unas, por el hastío, y otras por el relato dominante. Hay quien considera que a Catalunya se le torció el futuro el 28 de junio del 2010, cuando el Tribunal Constitucional anuló 14 artículos de un Estatut aprobado por las Cortes y por el Parlament, y refrendado. Sin quitarle importancia a aquellos polvos que trajeron muchos lodos, no creo que sea la respuesta correcta. Hay quien fija el inicio del estropicio el 6 y 7 de septiembre del 2017, cuando los diputados de la cámara catalana decidieron que la patria, su patria, justificaba quebrantar la ley. Fue un día aciago para la democracia, pero no hacia más que llover sobre mojado. Y los cien años de cárcel que les cayeron a los líderes del procés constituyeron el último disparate de una calamidad que viene de lejos. ¿Como hemos llegado hasta aquí? ¿Cuándo se desencadenó semejante torbellino político, judicial y emocional?

El último libro de Jordi Amat aporta una respuesta. En Catalunya, las cosas empezaron a torcerse el 30 de mayo de 1984, cuando una multitud enfervorizada acompañó a Jordi Pujol desde el Parlament hasta la plaza de Sant Jaume, al grito de ‘som una nació’. Vitoreaban a un Pujol recién reelegido presidente de la Generalitat y comprometido en el gravísimo quebranto financiero de Banca Catalana. Las dos cosas.

Nada revela tanto la trascendencia de aquel acontecimiento como una pancarta que exhibían los manifestantes, con tres fechas: 1714, 1939, 1984. Felipe V, Franco y Felipe González. Todos ellos enemigos. Por bombardear Barcelona, por intentar erradicar la lengua y la personalidad de Catalunya, por no impedir –inicialmente– que los fiscales empapelaran a Pujol. No son actuaciones equiparables, pero ¿qué más da? A partir de entonces, la 'senyera' (más tarde la' estelada') servirían para justificar cualquier delito. La deplorable gestión de banca catalana, el 3% con el que se financiaron campañas electorales exitosas, o el desvarío jurídico del 'procés'. Los atropellos políticos cocinados en Madrid justificaron la deriva. La Loapa, con la que Catalunya pagaba los platos rotos del 23-F y, más tarde, el cepillado del Estatut. Poco a poco, todo quedó envuelto en la misma bandera. Las legítimas aspiraciones de Catalunya y lo demás. La patria, el partido y la familia de Jordi Pujol.

Una parte sustancial de la sociedad catalana respaldó a partir de entonces aquel relato victimista y ya no distinguió entre la defensa de los intereses de Catalunya y el respaldo a quienes corrompían la política y la gestión. Pujol acababa de ganar las elecciones autonómicas por mayoría absoluta y seguiría en el poder casi veinte años más. Votado por una mayoría y jaleado por muchos, dentro y fuera de Catalunya, desde el segundo González hasta el primer José María Azar, pasando por el diario 'Abc' que le hizo ‘español del año’ en 1985.

Así empezó un deterioro que quedó ofuscado por los buenos resultados que supuso para Catalunya y por la estabilidad que brindó a la política española, pero que constituyó el pecado original de nuestra historia reciente. Una suerte de tara moral sin la que es imposible entender cómo un psicópata como el del libro de Amat pudo medrar en lo más alto del poder. Sin este ejercicio de patrimonialización del Catalunya –que volvió a aflorar en las conversaciones entre David Madí y Pilar Rahola reveladas recientemente– un monstruo como Alfons Quintà nunca hubiese dirigido TV-3, un arribista de las finanzas como Javier de la Rosa nunca hubiese alcanzado categoría de banquero del régimen, y los hijos de Jordi Pujol no se hubiesen enriquecido con tanta impunidad.

La jugada

Politizando el caso de Banca Catalana y denunciando una ‘jugada indigna’ desde el balcón de la Generalitat, Pujol mató dos pájaros de un tiro. Salió indemne de la imputación –con la ayuda de Lluís Prenafeta y Joan Piqué Vidal, dos cómplices del episodio–, y acoquinó al mundo empresarial, a los jueces, a los medios de comunicación, al poder y a la Corona. Nos deslumbró a muchos por su capacidad de pensar grande en un país aquejado de enanismo político y consiguió que todo, fuera de su mundo, fuera un erial. Impuso una lógica binaria que echó al infierno a quienes pensaban de otro modo. Conmigo o con los enemigos de Catalunya. Una dicotomía tan falsa como eficaz, cuya primera piedra se colocó el 30 de mayo de 1984. El día en el que empezó a joderse Catalunya.  

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