Los escándalos del rey emérito

Con un exmonarca como don Juan Carlos, ¿qué falta hacen republicanos?

Si los medios de este país, en lugar de dedicarse sistemáticamente a halagar a la familia real, hubiesen cumplido la función de vigilar las instituciones, se nos habría ahorrado una situación que hoy nos abochorna como país

El rey emérito, Juan Carlos I.

El rey emérito, Juan Carlos I. / periodico

Joaquín Rábago

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cada día que pasa nos enteramos de más detalles sobre la vida secreta del anterior jefe del Estado: sus amantes, sus cacerías y sobre todo, lo que más debe importarnos a los ciudadanos españoles,  los millones que supuestamente guardaba a través de testaferros en paraísos fiscales.

Don Juan Carlos era valorado tanto dentro como fuera de nuestro país como el hombre que un día salvó al pueblo español del delirante intento golpista de un coronel de tricornio y sus poderosos cómplices en el alto mando de las Fuerzas Armadas.

Cada vez que uno hablaba, años después, con colegas extranjeros del origen franquista de la restauración monárquica en España y expresaba sus preferencias personales por la forma de Estado republicana, siempre le contestaban con el ejemplo que nuestro monarca había dado en defensa de la democracia.

Fue sin duda aquel llamamiento de última hora de don Juan Carlos a la obediencia debida a su persona como jefe de las Fuerzas Armadas por los mandos del Ejército sublevados en algunas regiones militares lo que salvó la situación e impidió que España se convirtiera de nuevo en una dramática excepción en la Europa democrática.

Validado por aquella gesta, don Juan Carlos debió de considerar que todo le estaba a partir de aquel momento permitido gracias a la inviolabilidad que le otorgaba la Constitución que habíamos aprobado, tras la muerte de Franco en la cama,  la mayoría de los españoles.

Los medios de nuestro país se ocupaban ya solo de sus audiencias, de su asistencia a actos oficiales, de los veraneos junto a su familia en Palma de Mallorca, de sus regatas, sus viajes oficiales o su asistencia a las cumbres latinoamericanas, en las que era siempre bienvenido su trato campechano

Lo demás no parecía interesar. Algunos medios extranjeros hablaban de una inmensa fortuna en el exterior que no parecía corresponderse con sus ingresos como jefe del Estado, pero era algo a lo que habían decidido no prestar atención los medios de nuestro país. 

Ocurrió luego el famoso episodio del accidente en aquella cacería de Botsuana, que familiarizó a muchos españoles con el nombre de la amante alemana que le acompañaba, y a partir de ese momento todo comenzó a torcerse para el monarca

“Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, exclamó compungido don Juan Carlos ante las cámaras. Algún tiempo después, en vista de que era la única forma de salvar una institución cada vez más dañada por la serie de escándalos que se iban poco a poco conociendo, se produjo la abdicación a favor de don Felipe. 

Los medios establecieron rápidamente un cortafuegos entre el padre y el hijo y argumentaron que el exmonarca estaba en cualquier caso protegido por la inviolabilidad por los delitos que hubiera podido cometer hasta su abdicación sin que quedara claro si esa inviolabilidad debía referirse en exclusiva a los actos por él realizados en el cumplimiento de sus funciones y no a claros delitos como la defraudación al fisco o el blanqueo de dinero.

No importa. Ante las noticias cada vez más alarmantes sobre una fortuna de origen en un principio desconocido – aunque cada día que pasa se conoce más de ella: supuestos sobornos de Arabia Saudí por sus labores de intermediario, regalos de otros personajes tan poco recomendables como el presidente kazajo-, don Juan Carlos optó, obligado por las circunstancias, por tomar las de Villadiego.

Su actual paradero son, como se sabe, los Emiratos Árabes Unidos, una monarquía absoluta que no tiene un tratado de extradición con Suiza, país donde don Juan Carlos está siendo también investigado por la justicia, y que, si bien lo tiene con España, la eventual entrega de don Juan Carlos a nuestra justicia, en el caso de que esta reclamase su presencia, dependería en cualquier caso de la voluntad del emir amigo que le acoge.

La moraleja que debe extraerse de toda esta historia es que si los medios de este país, en lugar de dedicarse sistemáticamente a halagar a la familia real, hubiesen cumplido en todo momento la función que tienen encomendada de vigilar las instituciones, se nos habría ahorrado una situación que hoy nos abochorna como país. Con un exmonarca como don Juan Carlos, ¿qué falta hacen republicanos?