No solo un psicópata

El 'caso Quintà'

'El hijo del chófer' es, principalmente, un libro sobre el poder. Todos lo que aparecen en él lo tuvieron, antes o después

quinta

quinta / periodico

Pau Arenós

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Leí 'El hijo del chófer', de Jordi Amat, en un fin de semana, lectura absorbente sobre la maldad, pero también sobre cómo unos pocos políticos, empresarios, banqueros (o banqueros-políticos) y periodistas se hicieron con el poder aprovechando la aparente demolición del Estado franquista. Gente, en parte, procedente del mismo franquismo, oportunistas fronterizos que vivieron entre el régimen agónico y esa democracia recién salida del concesionario, con la pintura nueva y brillante. Triunfadores siempre, aprovechados siempre.

El hijo del chófer es Alfons Quintà Sadurní (1943-2016), juez suplente, oficial de la marina mercante, periodista, chantajista, homófobo, maleducado, agresivo, zafio, machista, psicópata y, al fin, asesino feminicida. Mató de un tiro a su esposa, la doctora Victòria Bertran, y después se suicidó.

Lo traté brevemente en 1990 como redactor del equipo fundacional del diario 'El Observador', intento del pujolismo de crear un nuevo periódico afín para perpetuarse durante mil años.

Con la megalomanía del dinero ajeno, Quintà quiso reeditar el éxito que tuvo con TV-3, cadena de la que fue primer director. Éxito de cara al exterior porque de puertas adentro fue un infierno: Amat explica, entre el catálogo de vejaciones, cómo una secretaria se orinó de miedo. Poco o nada de eso sabían los jóvenes miembros de la redacción de 'El Observador' y ese es un reproche al que se llega tras leer el libro e hilar el traje completo: ¿cómo es que durante años tantos hubieran sido cómplices silentes de la bestia y expusieran a los inocentes al aliento, las babas y los dientes? ¿Miedo porque hizo de la extorsión su modo de actuar o porque era un suculento y morboso cotilleo que circulaba por la profesión? Amat lo dice un par de veces: Quintà era, también, un cobarde. Si le plantabas cara, huía.

No hay mucho más que decir: fue un malvado y se estrenó a lo grande chantajeando, ¡a los 16 años!, a Josep Pla, del que Quintà padre, llamado Josep, era el chófer sin sueldo pero con influencia, de ahí el nombre de este libro que se lee como novela. Pregunto al autor: ¿el tiranuelo tenía clavados en la pared los nombres de los que quería vengarse o es una ficción simbólica?

La obra no resuelve el enigma de por qué Pla siguió teniendo relación con Alfons Quintà después de la carta coaccionadora.

Fue un malvado y se estrenó a lo grande chantajeando, ¡a los 16 años!, a Josep Pla

Amat esculpe un perfil resquebrajado que los psiquiatras deberían estudiar: nunca le perdonó al padre que lo abandonara por servir a Pla, ni que tuviera amantes y tal vez otra familia ni que le atravesara la espalda con la hebilla del cinturón. Sin embargo, ¿es eso suficiente para forjar un psicópata?

El libro, al que le falta una necesaria bibliografía (y queda claro que hay muchas fuentes, aunque anónimas), defiende que lo que aguijoneaba a Quintà era el deseo de venganza, aunque creo que 'El hijo del chófer' es, principalmente, una narración sobre el poder. Quintà lo tuvo, sobre todo, en 1980 cuando contó los chanchullos de Banca Catalana y todos los que aparecen en el volumen lo tuvieron, antes y después.  

En 'El Observador', con 23 años, viví mi 'momento Quintà'. Estábamos ya en la Zona Franca, el diario no se publicaba todavía y el equipo era pequeño. El director quiso saber qué había que hacer para que Iberia repartiera el periódico en el puente aéreo. Mis jefes me encargaron la misión, llamé a las líneas aéreas y respondieron que ellos compraban los ejemplares según la audiencia registrada por la OJD. Y nosotros no existíamos. Vale. Me pareció una respuesta correcta.

Al día siguiente, reunido el grupo de redactores, Quintà preguntó por el asunto. Expliqué qué me habían dicho. El energúmeno empezó a gritar que aquello no era posible. Volví a contar lo mismo. Y él siguió vociferando y amenazó con una campaña y con un suplemento especial (precisamente habíamos firmado un código deontológico que prohibía eso, y que tuviéramos relaciones sexuales entre los miembros de la redacción). Yo alcé la voz intentando aclarar lo obvio y él, más. De repente, calló, entró en el despacho y llamó a mis jefes. Les dijo que me despidieran. No lo hicieron.

A los dos meses de salir 'El Observador', echaron a Quintà. Solo he comprendido realmente por qué pasó aquello tras la lectura de 'El hijo del chófer'.      

Suscríbete para seguir leyendo