Análisis

Guerra abierta en el Govern

No había que llegar a la masacre de las filtraciones de la desescalada para desprestigiar al desgobierno de coalición

Pere Aragonès y Meritxell Budó

Pere Aragonès y Meritxell Budó / JOAN CORTADELLAS

Xavier Bru de Sala

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Muy probablemente nos encontramos al principio, no al final, de una guerra en el seno del Govern de características inéditas en los anales de la historia universal. No se trata de unas hostilidades declaradas, con dos bandos separados y enfrentados, sino de una conflagración entre socios que no dejan de compartir responsabilidades mientras se atizan. No es todo. Hasta el presente, las batallas entre socios se producían de manera que no se perjudicaran los intereses de la empresa común, que consisten en llevarla a buen puerto y asegurar los beneficios, no en provocar el naufragio. Pero he aquí que la sangre desborda los despachos y empieza a correr por la plaza de Sant Jaume ante la mirada atónita de los respectivos votantes, que no salen de su asombro aunque estén acostumbrados, demasiado acostumbrados, a los contratiempos y a las malas noticias. Está claro que, lejos de los hechos reales pero muy cerca de la imaginación de los genios más desconfiados de la literatura, las bienaventuradas enseñanzas y el optimismo recalcitrante del buen doctor Pangloss no impiden a Cándido asesinar, entre otros, a un gran inquisidor y al mismo hermano de su enamorada, por otra parte campeona de todo tipo de infidelidades, tanto las forzadas por la adversidad como las aconsejadas por el propio egoísmo.

No había que llegar a la masacre de las filtraciones de la desescalada para desprestigiar al desgobierno de coalición. Las culpas del episodio de las ayudas repartidos como las monedas que lanzaban al aire en otros tiempos los ricos y más adelante los mafiosos en ocasiones solemnes de fiesta para contentar al pueblo no son atribuibles a las disensiones con JxCat sino a las incapacidades de un partido, ERC, que aspira a la hegemonía sin haberse provisto de un stock suficiente de gestores mínimamente solventes. Tal vez esta debilidad, nada disculpable, añadida a una angustiosa sensación de derrota que el sondeo del CIS no hace más que profundizar cuando anuncia el derrumbe de los partidarios de Puigdemont, ha llevado a los fieles escuderos del exiliado a, de perdidos al río, procurar que la prevista y previsible victoria de los republicanos no sea por goleada. Así se ha entrado en el territorio, hasta ahora virgen en el independentismo y en consecuencia muy resbaladizo, del todo vale para infligir daño. Las filtraciones de los borradores son el resultado de un lúgubre estado de ánimo colectivo, es probable que el principio de una escalada que solo puede conducir al desprestigio del conjunto.

De imaginación más portentosa que Voltaire, y por tanto satírico aún más implacable, Jonathan Swift deleitó a la humanidad con unas batallas sangrientamente deliciosas, entre ellas las de los libros antiguos y los modernos o la archiconocida de los liliputienses contra los gigantes, pero no llegó hasta los extremos del primer episodio del nada edificante espectáculo de JxCat y ERC: cuando los segundos iban a colgarse la medalla de la desescalada en el pecho, los primeros empujan la aguja para clavársela en el corazón. Y a los muertos de verdad, y a los que sufren las medidas anti Covid que les den.

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