Ideas

El descubrimiento del año

La película de Luis López Carrasco logra explicar el espejismo precario de la España de los últimos treinta años

Un fotograma de 'El año del descubrimiento', de Luis López Carrasco

Un fotograma de 'El año del descubrimiento', de Luis López Carrasco

Miqui Otero

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Fastidia más una gripe cuando en la calle hace un día radiante y asociamos cierta idea de felicidad a estar tumbados en un sofá, manta y libro, cuando fuera diluvia. Por eso uno entiende especialmente toda esa rabia que sentían los que perdían su empleo, y de paso su vida, en los meses previos a la euforia del verano de 1992.

En ellos se centra la película 'El año del descubrimiento', recientemente estrenada en <strong>L’alternativa</strong>. Un documental devastador y fascinante sobre cómo se vivió una escalada de violencia activista en una Cartagena que veía cómo la entrada apresurada en la Comunidad Económica Europea servía para desmantelar todo su tejido industrial. Antes del truco que encendió el pebetero del fuego olímpico, ardió la Asamblea Regional de Murcia fruto de toda esa frustración. 

Se ha dicho mucho y bueno sobre este (ya) clásico del cine español, rodado íntegramente en un bar. El acierto de su tono conversacional, las mesas de diversas generaciones (los que protagonizaron esos sucesos dan paso a los testimonios de nuevos jóvenes precarios), la confusión temporal (la película está grabada como si fuera material encontrado de aquella época). Lo que logra no es solo explicar un episodio concreto como reverso de aquel verano del aniversario del descubrimiento de América, la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos. Lo que logra, de hecho, es explicar el espejismo precario de la España de los últimos treinta años, que ha crecido a febradas, como niños que pegan el estirón con unas anginas y luego se mueven con torpeza, o a borracheras económicas, con sus correspondientes resacas. Todo eso que sucedía fuera de plano cuando parecía que lo único malo era que se hundiera la nao 'Victoria' en su solemne botadura o que la mascota perruna fuera “el alma de un perro atropellado en una autopista de peaje” o que en Sarajevo (nos quedaba lejos) arrancara el sitio perfecto. 

Luis López Carrasco da voz a los olvidados de un país en construcción, protagonistas de un nuevo desencanto, hablando de su memoria y de sus sueños. Él dice que la película le recuerda a una cápsula del tiempo. A mí la imagen me recuerda a ese fantástico capítulo de Peppa Pig: los niños de la guardería meten sus objetos favoritos en una caja para explicarle al futuro cómo era su presente y qué deseaban ellos. Llegan los padres de todos los animalitos y deciden sacar a la luz la que ellos enterraron muchos años antes en el mismo centro escolar. Cuando la abren, descubren que los padres metieron en su día los mismos trastos que sus hijos: quizás el cedé de una de ellas era un vinilo y la nave espacial, un avión, pero a veces ni eso: Rebeca Rabbit y su madre incluyeron ambas una zanahoria. Los mismos deseos décadas después, los mismos techos, la misma zanahoria y los mismos que son tratados como burros.

En Peppa Pig los personajes ríen ante el descubrimiento. Viendo 'El año del descubrimiento' (con ese final brutal explicado a través de un sueño antifascista) nosotros apretamos los puños y la mandíbula.

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