DOS MIRADAS

Los Windsor

En la cuarta temporada de 'The Crown' nadie es muy malo, ni muy pérfido, ni lo suficientemente ingenuo, frívolo, infantil o distante, y todos lo son un poco

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Josep Maria Fonalleras

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Cuando te acercas al presente, la ficción se convierte en un problema que no tiene que ver con la verosimilitud, sino con la fidelidad a los hechos que son recientes. Hablo de ‘The Crown’, la magnífica serie de Netflix que retrata a los Windsor, y también de las reacciones indignadas de algunos de los miembros de la familia real británica, porque la reconstrucción de la historia no se aviene, en determinados detalles, a su propia percepción de la realidad. Las heridas que aún no han cicatrizado son difíciles de dibujar.

Y, sin embargo, a pesar de las protestas de los reales personajes reales, esta cuarta temporada tiene la suprema virtud de jugar con la anécdota para indicarnos la categoría, es decir, la trascendencia histórica, que supera la simple trifulca familiar. Consigue una profundización de los caracteres que nos aleja del estereotipo. La malévola Margaret Thatcher, por ejemplo, enfrentada a la sensible Isabel II que sufre por los parados, recuerda su origen humilde a la reina y le reprocha que ella sí que proviene del pueblo. Nadie es ni muy malo, ni muy pérfido, ni lo suficientemente ingenuo, frívolo, infantil o distante. Y todos lo son un poco. O mucho. 

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