LO SENTIMENTAL EN TIEMPOS DE COVID

Amor en tiempos de coronavirus

El aprendizaje de este año no ha pasado por el amor a los otros, sino a nosotros mismos

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Ana Bernal-Triviño

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Hace unos días fue el aniversario del nacimiento de Zygmunt Bauman. Durante tiempo, para mi grupo de amigas su teoría del amor líquido justificaba cualquier desamor ante la ausencia de relaciones duraderas o sin compromiso. Cuando una amiga era abandonada por su “pareja fugaz”, Bauman y su teoría calmaban las lágrimas. Por entonces el feminismo no había llegado a nuestras vidas de forma intensa. No habíamos aprendido a valorarnos, a querernos a nosotras mismas y que nuestra condición de mujeres podía dar la vuelta a aquel planteamiento, porque aguantar por aguantar no tenía motivo.

Aunque el tiempo ha pasado, no ha cambiado que el amor y el cómo amamos sea nuestro tema de debate preferido. Aún más este año. Cada mes han pasado por delante de mí decenas de historias que dieron un vuelco en este 2020. 

Parejas separadas por países o provincias a las que la distancia ha unido más o alejado definitivamente, otras que sortearon los obstáculos administrativos y otras que suplieron los kilómetros con videollamadas casi eternas. 

Compañeros que me confesaban ilusiones con alguien en el confinamiento después de hablar cada día durante horas, pero que cuando dudaron si aquello era algo más, huyeron como si el amor fuera el mismísimo virus. 

El amigo en redes que miró el perfil de la mujer a la que más quiso en su vida pero que leyó un “en memoria de”, con el dolor de llegar tarde. Como a quienes la pandemia o la enfermedad se llevó a sus parejas sin preaviso ni posible despedida. 

Ha sido la historia de más de una amante, en esa montaña rusa que suponen esas relaciones. A veces con un chute de energía si él daba esperanzas, otras con el nudo en la garganta por sentirse un cero a la izquierda. A veces creí que algunas de esas relaciones clandestinas serían reales tras el confinamiento. Luego, descubría que sus vidas se resumían en aquella frase de Anaïs Nin: “Te he amado contra el miedo y sin esperanza de felicidad”.

También de relaciones virtuales buscando atención y cariño, en conexiones parecidas a la película ‘Her’, donde a veces ya no se distinguía si detrás había una persona o un sistema con inteligencia artificial capaz de dar respuestas exactas a tus vacíos. 

Dependencia económica

Fue el tiempo en que algunas mujeres me confesaron que no han podido separarse porque la dependencia económica por el futuro de sus hijos las encarcela, y ha sido el tiempo en que algunas han abierto los ojos frente al control tras comprobar la cara desconocida de su pareja. Lejos de lo que decía Bauman, benditas las relaciones que pueden romperse porque permanecer no siempre es síntoma de compromiso, ni de solidez ni de amor. 

Ha sido el año de los divorcios. De quienes afrontaron con valentía en lugar de permanecer en una zona de confort sin riesgo, pero con apariencias. Una seguidora me confesó entre líneas que no sabía si dar el paso. Miró una foto antigua donde era feliz y, como si fuera un espejo, le devolvió una imagen de ella misma tras 10 años de matrimonio. Semanas después me mandó un mensaje. Me dijo que había dado el paso. Que era extraño pero que ahora sonreía sin peso, libre, como en aquella foto. Y me recordó aquel verso de Pérez Cañamares, donde decía que “de una casa sin alegría, hay que salir corriendo”. 

Lecciones

Lo único cierto es que este año ha sido una lección sobre el amor para muchas personas. Las que han aprendido que tenían dependencias, las que descubrieron relaciones tóxicas o machistas, las que veían cómo el desamor caía como una gota malaya, las que habían acertado con la persona que tenían a su lado, las que se alegraban de estar solas antes que mal acompañadas, las que tenían la certeza de que lo mejor fue divorciarse antes que estar con la otra persona sin soportarse, las de por qué necesito a alguien, las de reconocer que no puedes con todo, las de asumir que somos vulnerables y que la coraza no siempre nos protege. Y me pregunto dónde habrá ido a parar el amor de quienes no saben decirlo ni mostrarlo, los mensajes con preguntas sin responder, el amor tragado por orgullo, el que te niegas a reconocer, dónde irán los “nos vemos en cuanto salgamos” o los “te enamoraré hasta que te aburras de mí” incumplidos…

No sé si ha sido el tiempo del amor líquido pero sí sé con seguridad, de todas estas historias, que el verdadero aprendizaje no ha pasado por el amor a los otros. El verdadero aprendizaje ha sido, aún acompañados incluso, sentirnos solos. Y que para sobrevivir tenemos que aceptarnos, querernos y respetarnos a nosotros mismos. Que el verdadero amor empieza ahí.

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