Opinión | EDITORIAL

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Claroscuros de la vacuna

La euforia desatada por la noticia de la inminente aparición de una vacuna con el que vemos la luz al final del túnel debe matizarse

vacuna

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La noticia de la inminente aparición de una vacuna, eficaz en un 90% según los datos de las farmacéuticas Pfizer y BioNTech, ha desatado una euforia que, evidentemente, debe matizarse, pero que genera una elevada dosis de esperanza. Además, algunas de las otras investigaciones en marcha también se hallan en la fase final de los ensayos clínicos, lo cual contribuye a vislumbrar el final del túnel.

El propio ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha declarado que se trata de «un paso importante, prometedor y relevante» y ha anunciado la compra para España de una notoria cantidad del antígeno para que a principios de año puedan administrarse las primeras dosis a los colectivos más vulnerables y a los que trabajan en la primera línea en la lucha contra el virus SARS-COV-2. Desde distintos ámbitos científicos, sin embargo, se ha advertido sobre un exceso de optimismo. Entre otros detalles, porque la primera vacuna anunciada, basada en el RNA, procede de una investigación puntera con una tecnología novedosa que implica una complicada estructura logística, al tener que conservarse a temperaturas extremas.

Aun siendo el umbral de eficacia muy elevado, la vacuna tendría que llegar a un porcentaje altísimo de la población (los expertos lo cifran entre un 80% y un 90%) para que se consiguiera una inmunidad colectiva, la anhelada protección de grupo frente al virus. En declaraciones a EL PERIóDICO,   Rafael Vilasanjuan, miembro de la Alianza Global para la Vacunación, destacaba que la solución pasa por tres estadios: tener la vacuna, que sea barata y que se pueda distribuir por todo el mundo, puesto que la pandemia, universal, no permitiría volver a la deseada normalidad si no se ataca de manera global y efectiva. Además, no queda claro hasta qué punto se tratará de una inmunidad permanente o se tendrá que hacer frente a vacunaciones periódicas, como ocurre con la gripe.

Uno de los factores esenciales a calibrar es la necesidad de una vacunación intensiva y amplia. Las encuestas que hoy por hoy se barajan detectan una amplia franja de población reacia a la misma, por lo que deberá plantearse (ya que se ponen en duda la eficiencia y la legitimación jurídica de la obligatoriedad) un fomento de la aceptación voluntaria, como remarca la OMS, acentuando los beneficios colectivos del antígeno.  Las vacunas no serán una panacea inmediata o mágica. Durante un tiempo, el uso de la mascarilla, la distancia social y la profilaxis de manos, seguirán siendo medidas imprescindibles para combatir la propagación del virus. Tendremos que convivir con ellas, conscientes de su importancia.

La implantación mayoritaria de la vacuna será, pues, un paso adelante decisivo para retornar a la vida prepandemia. Pero el mundo habrá cambiado. No solo por la conciencia adquirida en relación a un peligro que seguirá al acecho, sino también porque deberemos hacer frente a nuevas formas de relación social, de trabajo y ocio. Y porque la crisis económica seguirá presente, con el temor de la ampliación de una brecha que solo podrá paliarse con políticas decididas de equidad y desarrollo socioeconómico que superen el colapso actual.