LAS CUITAS DEL PARTIDO NARANJA

Albert Rivera, el ex

El expresidente de Ciudadanos parece el típico ex al que gente no toma en serio hasta que no vuelve a encontrar pareja política

Albert Rivera

Albert Rivera / periodico

Jorge Fauró

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Albert Rivera le ha dicho cosas feas a Arrimadas. Muy feas. Es lo que tienen los ex. Mientras son pareja (política en este caso), las miserias se las echan a la cara en privado, generalmente después de yacer de forma más o menos chusca o a la hora de la comida, entre la primera cerveza y la ‘coñá’ que sigue a los postres. Ahí sale todo: los gastos del hogar, el arroz de los domingos en casa de los suegros, las meadas del perro en la sala de estar, el flirteo en corral ajeno, el derbi del sábado y los miércoles de Champions,… trapos sucios que se lavan en casa pero que una vez dictada la sentencia de divorcio se esparcen sin medida en el círculo de amigos, en el lugar de trabajo, en la cama de la nueva o del nuevo amante, en el cigarrito de después. Hasta delante de los niños, maldita sea su estampa.

Convertirte en un ex te deja expuesto al escarnio, a pasar de persona respetable a un triste ‘pollaboba’ estrella invitada de comentarios de barra o de grupos de WhatsApp, carne de 'meme' entre los amigos de él o de ella, objeto de burla en el chat de los papás y mamás del cole, diana preferida del dedo índice, el recurso perfecto contra los silencios incómodos: “Mira, por ahí va el ex de Fulanita. No levanta cabeza, el pobre”. Ser un ex, se esté del lado que se esté, es un escupitajo a la dignidad, te convierte en un apestado porque acabas siendo un brasas que le come la oreja con desgracias al primero que sufre el infortunio de toparse en tu camino.

Un paria

Hasta que el/la ex no vuelve a la vida de pareja y camina de la mano de otro acompañante por la calle principal de la ciudad, la propia circunstancia le acaba convirtiendo en un paria. “¡No eres nadie, ex!”, parecen gritarte. Un ex es un tipo insufrible y tedioso al que nadie quiere tener cerca, salvo que seas otro ex. En tal caso, esa conversación a dos bandas no está pagada. A medida que se va enriqueciendo con anécdotas impostadas y fabulaciones exageradas de la vida de soltero, la charla se torna poco a poco en una bulería de fantasmadas de cama y crónicas de ‘sietemachos’, o de ‘sietehembras’, para acabar en una soleá de malaventuras y calamidades que no hay dios que lo aguante.

Albert Rivera se encuentra todavía en esa primera fase, la de marcar paquete, la de no se os puede dejar solos, la de estoy de aquella manera, pero no quiero que se me note. Justo cuando Inés Arrimadas andaba a punto de encontrar pareja vía pacto de Presupuestos con el Gobierno de Pedro Sánchez, ha salido Alberto Carlos con toda la artillería propia del ex, la previsible y predecible, la que parece que vendan al peso en el bazar de la esquina, la que guarda en la recámara el que dedica los viernes por la noche a comer pizza congelada y anda todo el fin de semana en pijama: "Cuando pierdes la dignidad, eso no se recupera", ha dicho. Si eso le ha soltado en público a doña Inés, no quiero pensar en la hora de la comida junto a Malú. La cantante debe de estar hasta el do re mi. Y no digamos el perro Lucas, aún huele a leche, aquel inocente animal que sacó en la campaña anterior a su fracaso (de 52 a 10 diputados). Lucas tiene escocido el perineo de tanto escuchar tumbado a su amigo, devuélveme a la perrera por lo que más quieras, Albert, no te aguanto.

Arrimadas, muy en su papel de la ex que se queda con la responsabilidad de cuidar de la prole, ha salido más que digna: "Vamos a seguir haciendo esto [dialogar con Sánchez] porque creo que es lo correcto". Hay clases y escuelas, y debe reconocerse que la presidenta de Ciudadanos demuestra más clase que su predecesor.

Un síndrome

Otros cargos públicos han padecido antes el síndrome del ex. Felipe González, por ejemplo, que no se sabe si habla de España o de Sebastopol cuando sienta cátedra, un ex de manual, todo lo ve mal, no le gusta nada desde 1996, ni Aznar ni Rajoy, como tampoco Zapatero y no digamos Pedro Sánchez. Aznar es el peor de todos. Es el ex rencoroso y omnipotente, el que manda a otros a rajar, se llame Pablo Casado o Cayetana, es el que más debería callar cuando tiene a medio consejo de ministros de su época entre rejas o procesado por corrupción, es el ex antipático que te incomoda en el bar, el bravucón que suelta el comentario en voz alta para que no se escuchen las verdades en mitad de una discusión. Zapatero y Rajoy son los ex 'pagafantas', aquellos que por su carácter nadie les recordará sus méritos, llámese el fin de ETA, el matrimonio homosexual, la Ley de Dependencia o la salida de la crisis económica. Por eso nos caen bien.

en ello anda Albert Rivera, a cuyo despacho de abogados acaba de contratar el PP de Pablo Casado para que recurra la ley catalana de alquileres. Por su interés, repetimos: "Cuando pierdes la dignidad, eso no se recupera". Ya es oficialmente un brasas. Todo apunta a que el expresidente de Cs quiere dejar de ser ex cuanto antes. Pero podría ser peor, Albert, podría ser peor. Podría ser Rosa Díez.