EL CAMINO HACIA EL 14-F

Puigdemont, atrapado en su telaraña

El 'expresident' es y pretende seguir siendo el líder de un movimiento popular que va mas allá de los partidos

leonard Beard

leonard Beard / periodico

Andreu Claret

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El miércoles fue un mal día para Carles Puigdemont. Ni siquiera pudo celebrar una de las pocas buenas noticias de los últimos tiempos, el archivo de la causa abierta contra él por el Tribunal Supremo por una actuación como alcalde de Girona. Atrapado en la telaraña de intereses personales, políticos y jurídicos que ha tejido en los últimos dos años, tuvo que decidir entre Guatemala o ‘Guatepeor’. Encabezar la lista de Junts per Catalunya a las autonómicas del 14 de febrero o ungir a un candidato que acepte seguir siendo su vicario en la Generalitat si Junts gana las elecciones. Como hizo con Quim Torra.

No era fácil zanjar el dilema porque el tiempo no pasa en balde. De encabezar la candidatura, Puigdemont corría dos riesgos: el de perder frente a Esquerra, y quedar deslegitimado, pero también el de ganar y tener que optar entre una presidencia imposible en Barcelona y el cómodo escaño que tiene en Bruselas. Menuda disyuntiva, sobretodo cuando ya quemó el cartucho electoral de su restitución como presidente de la Generalitat. Todo esto cuando el lunes –¡maldito calendario!– comienza la vista de un suplicatorio en el Parlamento Europeo que deberá decidir sobre la reactivación del proceso de extradición que pende sobre él, Toni Comín y Clara Ponsatí.

Deshojando la margarita

Así las cosas, desde el punto de vista de su futuro personal se entiende la decisión de no encabezar la lista, reservándose el liderazgo de la campaña y de la formación que ha creado. Ha sido una respuesta característica de quien tiene como mantra político aquel principio catalán intraducible de ‘qui dia passa any empeny’, algo así como ‘hoy hagamos esto, que mañana ya veremos’. Su fórmula salomónica le permite ganar tiempo para verlas venir, según cuáles sean los resultados electorales. Deshojó la margarita hasta el último momento y optó por la menos mala de las decisiones, no encabezar la lista. La menos mala para él, aunque puede ser la peor para su partido.

Si gana Junts per Cat, seguirá mandando desde Waterloo. Si pierde, y Esquerra se atreve con una alternativa de izquierdas, quedará como referencia única del independentismo. En el caso de que Junts per Cat llegue por detrás de Esquerra, alguien podrá achacarle haber facilitado las cosas a Esquerra, con el que Junts libra una batalla a muerte por la hegemonía. Sabedor de que esta pregunta recorre las filas de sus seguidores, Puigdemont se curó en salud: la culpa la tiene la represión. ‘Qui dia passa any empeny’. De perder, su partido quedará tocado, pero él está por encima de los partidos. Es, y pretende seguir siendo, el líder de un movimiento popular que va mas allá de los partidos.

Un césar lejano

Puigdemont está convencido de que lo tiene todo previsto. Si Junts per Cat es el partido más votado, continuará como césar del independentismo. No al estilo euskaldún, con un Xabier Arzalluz que ejerció de líder espiritual desde fuera del Gobierno, sino siguiendo el modelo catalán de vicario que caracterizó el mandato de Torra. Es decir, como alguien con capacidad de proposición y de veto sobre las decisiones del Gobierno de la Generalitat. Sin ser ‘conseller’ ni diputado. Sin vivir en Catalunya. Desde Waterloo. Laura Borràs o Damià Calvet –los dos candidatos en liza, pendientes de las primarias– ya han anunciado su disposición a aceptar esta fórmula. Al menos de entrada, luego el tiempo dirá.

En las redes independentistas, el juego malabar de Carles Puigdemont ha sido celebrado como una muestra más de la genialidad del jefe. Es cierto que ha vuelto a cuadrar el círculo, sorteando la represión del Estado y dejando descolocada a Esquerra Republicana. Sin embargo, de tanto ir a la fuente, el cántaro suele romperse y algo de esto le puede ocurrir. Al presentar su decisión reclamó “un Gobierno fuerte de verdad para culminar el proceso independentista”, que no es lo mismo que un Gobierno capaz de afrontar la pandemia, la crisis social y el desbarajuste que paraliza la Administración catalana. La respuesta al actual desgobierno no puede ser un ‘president’ de la Generalitat sometido a tutela durante cuatro años. Puede que, como consecuencia del cansancio colectivo, la abstención y la permanencia de los presos en la cárcel, el independentismo vuelva a ganar las elecciones. Si es el caso, la repetición del vicariato que ejerció Torra sería una catástrofe. El ‘qui dia passa any empeny’ le ha permitido a Puigdemont sobrevivir y cosechar algunos éxitos judiciales en Europa, pero no vale para afrontar la crisis que padece Catalunya.  

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