Análisis

Reposicionar Barcelona ante el nuevo escenario

El covid obliga a reducir el crecimiento de la oferta turística desbocada que podía conducir a medio plazo a la banalización de la ciudad

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Josep-Francesc Valls

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Aunque hubiera una tercera ola de covid, no podemos estar lamiéndonos todavía las heridas. Una ciudad o una empresa se enfrentan a escenarios favorables y desfavorables. Cuando ocurren los primeros, hay que acopiar para cuando llegan los segundos. Y cuando estos advienen, apretar fuerte los dientes para reengancharse a lo siguiente que será mejor. 

Alguien nos dirá que se están lamiendo las heridas porque ocho meses después de iniciarse la pandemia no se ha dado el primer paso básico: salvar los sectores más perjudicados y desprotegidos, léase el pequeño comercio, la restauración, la hotelería, ertes e ICO aparte, con dinero público inmediato y desembolsado –como en Francia-. Tiene toda la razón quien afirme eso. 

Llegamos tarde al primer paso que no se ha dado. Probablemente, por eso el segundo no arranca. Como si estuviéramos esperando que todo cambiara por arte de magia y regresara el pasado. Los próximos años no serán como el año pasado o el anterior. Por eso, se impone preguntarnos sin ambages, ¿cómo reposicionar una ciudad turística como Barcelona ante el nuevo escenario? La respuesta la tiene el sector público, el privado y la ciudadanía al alimón, aunque vemos pocos mecanismos para resolverla.

Viviremos un futuro de incertidumbre -¿más olas?, ¿otras pandemias distintas y enrevesadas?, ¿cambios más radicales de los previstos en los hábitos de consumo?-, pero aparecen una serie de certezas que hay que identificar y buscar los instrumentos y los planes para acometerlas.

La primera de las certezas es que bruscamente vendrán menos turistas internacionales y habrá que mimar mucho más a los locales, a los de proximidad y a los nacionales y a públicos nuevos muy interesantes. No parece difícil para una ciudad que en el pasado ha resuelto necesidades y satisfacciones diversas de muchos.  Ocurre que el covid obliga motu proprio a reducir el crecimiento de la oferta turística desbocada que podía conducir a medio plazo a la banalización de la ciudad, a la gentrificación de algunos barrios. 

La segunda es que habrá que reducir la planta turística en general, comercios, hoteles, restaurantes y demás servicios. Es el problema de los negocios presenciales en la era tecnológica. Hay que profundizar en la digitalización y encontrar nuevas emprendedurías, nuevas ocupaciones y nuevos intereses dentro de ella. El 'coworking', las 'pop-up stores', el alquiler, la reconversión de los locales en apartamentos o estudios a pie de calle se ofrecen como alternativas en marcha. Ello requiere de negocios con mayor dimensión, vía grupo propio, cooperativo, de compra, de servicios u otro tipo. 

La tercera es que los precios de los servicios turísticos deberán ser más elevados, ajustados a su valor real. Los clientes reclaman mejores servicios y están dispuestos a pagarlos. Más ahora. Solamente falta que la ciudad se ofrezca para la 'premiurización' deseada y no para el 'low cost'. 

Y la cuarta es que el cambio necesario solamente se alcanzará por dos vías: la cooperación efectiva público-privada, como en los momentos mejores de la historia de la ciudad, lejos de los recelos históricos; y la descentralización de los activos turísticos hacia la segunda y tercera corona de la ciudad, como muy bien podría ocurrir en el caso del museo Ermitage.

Tirar un poco de nuestra historia no nos iría nada mal.

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