Memento mori

Hoy deberíamos susurrarnos que esta catástrofe económica no es casual, sino que es el reflejo de nuestro pasado

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Josep Oliver Alonso

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Recluidos de nuevo por esta segunda ola pandémica, se nos terminan las reflexiones en positivo. Hay que reconocer, no obstante, que este pasado lunes las bolsas reaccionaron muy favorablemente al efecto Biden y al anuncio de <strong>una potente vacuna contra el covid.</strong> A pesar de ello, no puedo dejar de comentar las perspectivas económicas de otoño de la Comisión Europea (CE), cuyos resultados no son particularmente halagüeños. Así, sus previsiones de la pasada semana indican que, para España, la contraccion del PIB será particularmente intensa en el 2020 (caída del -12,4%) y la recuperación en el 2021 no tan potente como podía esperarse (5,4%); con ello, difícilmente antes del 2024 regresaríamos a un escenario prepandémico, tanto en PIB como en empleo.

El departamento de Gentiloni, además, anticipa un elevado déficit en el 2020 (un -12,2% del PIB), una reducción muy suave en el 2021 (hasta el -9,6%) y, lo que es particularmente grave, su continuidad en elevados valores en el 2022 (-8,6% del PIB). Con estos guarismos no debe extrañar que el endeudamiento de las Administraciones Públicas se eleve 25 puntos del PIB en el 2020, hasta un insólito 120%, y que continue al alza en el 2021 y el 2022, de forma que este último año alcanzaría el 124%. Por si ello no fuera suficiente, en su recién públicado Fiscal Monitor de principios de octubre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) avanza escenarios de déficit que, todavía en el 2025, sería del -4,5% del PIB, con lo que la deuda pública difícilmente bajaría del 120% ese año. Y, si el 2021 se tuerce y aparece una tercera ola, podría alcanzar el 130%.

Por suerte, Dios aprieta pero no ahoga. Ya que del estratosférico volumen de deuda pública española en circulación, el Banco Central Europeo habrá adquirido, a finales del próximo año, en el entorno de un tercio del total: unos 450.000 millones se espera estén aparcados en su balance, lejos de los mercados y refinanciándose automáticamente. Quiere ello decir, que los tipos de interés continuarán particularmente bajos, que el coste de esa deuda se mantendrá en mínimos y que nuestro sector público podrá financiarse sin dificultad. ¿Cambio de ciclo en la política monetaria del BCE? Esperemos que no, porque como fuese así nos cogería con el pie cambiado: las buenas noticias de esta semana han elevado las bolsas, cierto; pero también han hecho caer el precio de la deuda pública y, con él, han aumentado los tipos de interés.

Pero supongamos, por el bien de todos, que el BCE mantiene su política; y que el elevado endeudamiento español puede financiarse. Ello, no obstante, no modifica el fondo de una importante cuestión. Porque cada vez es más evidente que el perfil de esta crisis será en forma de K: con aquellos que estaban relativamente bien antes de la pandemia mejorando a poco que la situación se estabilice, y los que estaban mal, empeorando. Aunque hemos avanzado en el control de la epidemia, en el de los terribles efectos sobre los segmentos más frágiles de nuestra sociedad, el progreso ha sido imperceptible.

No quisiera que extrajeran la lección de que nada podemos hacer, y que esta ha sido una inevitable catástrofe cósmica. No hay nada de irremediable en los asuntos humanos y, en particular, en los de la economía. Y, en lo tocante a la dura crisis actual, hay que ser conscientes de que en algún momento de nuestro pasado tomamos un rumbo inadecuado que, sumado al choque de la covid, nos ha conducido a la situación de hoy. Es cierto que la pandemia es global, pero sus efectos sobre economía, sociedad y pobreza son particulares, y muy distintos según países: los más capaces económicamente, con unas finanzas públicas más sólidas y unos sistema educativos y productivos más potentes han resistido mejor, mientras que nosotros acusamos la falta de reformas que hubieran permitido elevar nuestra productividad.

En esta catástrofe económica y social que nos aflige, poco podemos hacer en el corto plazo, a no ser protegernos contra la expansión de la pandemia. Pero, en algún momento del futuro, la crisis de hoy dejará paso al crecimiento. Y entonces, como siempre en nuestro devenir, lo más probable es que olvidemos las muy severas lecciones de estos días. La historia clásica nos enseña que el esclavo que sostenía la corona de laurel del general romano triunfante le susurraba al oído "memento mori" (recuerda que morirás). Hoy deberíamos susurrarnos que esta catástrofe económica no es casual, sino que es el reflejo de nuestro pasado. Y, por ello, conjurarnos para que no vuelva a sucedernos nada parecido jamás.

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