Literatura de viajes

Confieso que he leído

Quienes detestamos el viaje y sus rituales hemos de reconocer que 'Las tres Venecias', de Jorge Canals Piñas, nos reconcilia con la acción de viajar: el protagonista es el lector, no tanto el viajero

Góndolas en Venecia

Góndolas en Venecia / periodico

Ignacio Viladevall

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Aunque nunca me ha gustado viajar, confieso que he leído en dos noches los más de 20 capítulos que componen 'Las tres Venecias', de Jorge Canals Piñas, y ninguna de sus narraciones me ha defraudado. Todos sus relatos de viajes son palabras mayores. He ido de Trento a Venecia, y de Trieste al Alto Adigio, he volado por el nordeste de Italia con mucho gusto. Aquí ha de decirse que 'Las tres Venecias' es un libro que ama los libros. No es el viaje, sino la pasión por la lectura, el tema de esta obra. Por anómalo que parezca, avanzar por sus páginas es ir de un libro a otro. Canals no es un viajero habitual, sino una enciclopedia andante que viaja por una miscelánea de libros. A este nuevo viajero del siglo XXI le intriga sobremanera el universo de la lectura. Desde un paseo literario de Petrarca hasta el enigmático simbolismo de 'El desierto de los tártaros'. 

Antes de continuar, debe argumentarse que Canals sueña la historia, fantasea con los conflictos del pasado. Aunque el río de las horas fluye hacia el porvenir (su obra parece una infracción de esta norma), imaginar el rumbo contrario es más poético. Expone el valor misterioso que pueden tener para el alma los equívocos y los excesos de la historia. Mira con lupa el espacio de la conflictiva Italia 'mitteleuropea' y examina la relación entre paisanos: paisaje y paisanaje se funden hasta rizar el rizo. Interrogando a líderes sociales, artistas o viajeros del momento, complica más lo ya complicado. Parece atribuir a cada tiempo histórico un número infinito de porvenires, todos previsibles y todos reales; pero no se puede llegar a ninguna certidumbre en este apartado. Cada reflexión aparece redactada con riguroso entusiasmo, cada consideración derrama seducciones. Cada capítulo alcanza una perfección, un grado de perfeccionamiento que puede calificarse de fascinante. Imposible negarlo.

Canals se ensimisma en sus autores favoritos. Nos hace recordar que Schopenhauer también escribió que la vida y los sueños son hojas de un mismo libro, y que leerlos en orden es vivir, y hojearlos, soñar. Libros dentro de libros que se desdoblan en otros libros nos ayudan a intuir esta maravillosa identidad. Soñamos mientras leemos. En 'Las tres Venecias' hay pasajes conmovedores. Por ejemplo, aquellos en que el autor mira recuerdos, idealiza paisajes y hace de sus vistas compañeros de viaje. Perdurarán como perduran las 'Memorias de un turista' de Stendhal. Anoto dos rasgos favorables. Uno: el avance de la literatura de viajes hacia la microbiografía personal; esos momentos memorables parecen destinados a convertirse en género. Otro: la invitación a la relectura de textos de Petrarca, Joyce, Goethe, Ruskin, Musil, Buzzati, Hemingway... A todos estos autores se les coge unas ganas increíbles. Tales anhelos pueden parecer inusitados, pero son verdaderos por más que sorprendan. En cambio, se pasa mal cuando el escritor en liza resulta prácticamente un desconocido. Otra cosa; delicioso el capítulo de la búsqueda infructuosa de la 'scabiosa trenta', modesta flor alpina, y de la 'parnasius apollo', el papiliónido de las cumbres, en el macizo de las Pale di San Martino. Se nos estaba reservada una alegría. Nos lo hemos pasado bien por las alturas del Trentino-Alto Adigio.

Vivir para leer

Canals ha sacado un libro amenísimo, el interés del lector se mantiene vivo en todo momento. Presenta un impresionante mosaico de viajes. Su prosa es certera, sus pasajes son convincentes, su propuesta, novedosa, trazada para turistas del futuro. El protagonista es el lector, no tanto el viajero. No hace mucho, el autor, en conversación personal, se negó a cifrar el libro en el nerudiano “confieso haber vivido”. Al final se inclinó por un “confieso haber leído”. Para resumir, entonces; lo más admirable de todo es esa propuesta de vivir para leer. He aquí lo indiscutible: el amor por la lectura. Aunque una palabra en relación con una reflexión del último capítulo: sostiene el autor que, salvo el paisaje “y nada más que el paisaje”, todo en este mundo es accidente; luego la patria –lengua, historia, tradición, folclore- es una evanescencia. Sin albergar rencor, sin recurrir a la hostilidad, Canals se ha pasado de rosca. Como dijo Stendhal: “La política en una obra de arte es un pistoletazo en medio de un concierto”. Mucho más que un argumento a favor del arte por el arte. Bueno, ¡qué importa después de todo! El libro igualmente perdurará como una enciclopedia de noticias y evocaciones, una ristra de notas, una miscelánea, mezcla de cosas inconexas, una 'Silva de Varia Lección' redactada con pasmosa eficacia.

Quienes detestamos el viaje y sus rituales, hemos de reconocer que 'Las tres Venecias' nos reconcilia con la acción de viajar. Pues sus relatos no vienen a ser la transcripción de un viaje largo por muchos sitios, el relato de un abrumador periplo. En absoluto. Nada de maletas arriba y abajo, de largas y sofocantes esperas, de enojosos imprevistos. ¡Qué duro es viajar para quien se mueve poco! Está escrito en el rostro de los turistas cuando en un día extraordinariamente caluroso se enredan a visitar el Park Güell. Que una experiencia agobiante, o incómoda, se transforme en una actividad placentera, he ahí lo singular, el atisbo de una propuesta indicada doblemente para lectores nómadas y para audiencias sedentarias; lo cual es una lección que no debe olvidarse. A lo mejor el placer del viaje está en entreverlo, no en llevarlo a término. Sea así, entonces.