ANÁLISIS

Una tarde para los abrazos necesitados

Griezmann ante Àlex Moreno.

Griezmann ante Àlex Moreno. / periodico

Albert Guasch

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Al tiempo que el árbitro decidía que había penalti en la mano de Mandi, de la chimenea de Estados Unidos salía finalmente la fumata blanca. Presidente habemus. No así en el Barça, donde se supone que algún día la gestora tendrá a bien convocar elecciones.

Messi anotaba el lanzamiento y después aún otro y aliviaba la prolongada angustia azulgrana. Primer triunfo en Liga en muchos días y allá un ser humano decente en la presidencia. Una tarde de noticias estimulantes en estos tiempos tristes y claustrofóbicos. Lástima del menisco de <strong>Ansu Fati</strong>.

Messi salió con los pulmones cargados mientras la camiseta de los demás acumulaba sudor. Esta frescura del mejor jugador del mundo desequilibró el partido. Si tenía molestias, no se le notaron. Caminando o andando, corriendo o al trote, Messi sigue aportando lo más sustancial del Barça de Koeman. El resto, complementos.

Messi resolvió a lo bruto, como si le debiera alguna a Bravo, que seguro que no es así, pero si el balón del penalti o de su segundo gol le da en la cara, el portero chileno habría vuelto irreconocible a Sevilla.

Cómo debe estar Griezmann que el segundo más joven del grupo, Ansu Fati, tuvo que consolarle de forma paternal tras fallar el penalti

Se podría especular con que descargó la rabia contra los que dudaron de él esta semana, disparos con exclamativas, pero lo más probable es que fuera la forma más pragmática de anotar que le dictó el instinto en esos instantes.

El instinto de Griezmann, en cambio, le debió hablar con vocecita inaudible. Vaya tarde la suya. Griezmann está como está, que en su caso ya no se sabe qué significa, pero se intuye que es mejorable si el segundo más pequeño del grupo, Ansu Fati, le tuvo que dar un abrazo paternal después de que fallara el penalti. Al final del día sería él quien necesitara el abrazo.

Y aun siendo un fichaje estratégico erróneo y mal pensado, cabe decir que ante el Betis se comportó en ausencia de Messi como un futbolista involucrado, presente, integrado en la dinámica del juego, no el lobo solitario que ha parecido casi siempre. Falló cara a gol, y eso se perdona mal en general, pero al menos se le vio con nitidez.

Ya con Messi en el campo volvió a su versión difuminada pero después de la asistencia sin tocar el balón que le dio el argentino, las quejas sobre su posición quizá mejor reservarlas para otro día. El gol le sirvió para sonreír y la tarde ya no fue tan gris.

Dembélé también hace sonreír. Sonrisas de entusiasmo, a veces; sonrisas de desesperación, en otras. Es como Ohio, para buscar una metáfora actual, nunca se sabe si va a salir azul o rojo, nunca se sabe si culminará una carrera meteórica o se meterá en un laberinto. Si un francés está como está, este es como es. Ayer salió la versión refrescante. Ya van varias esta temporada. Aunque conviene no confiarse. Lo sabemos bien.