LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Yo no soy Charlie

La fraternidad puede hacernos entender que si no ofendemos al que piensa diferente no es por autocensura sino para preservar la mirada del otro

Manifestación en París por el asesinato del profesor Samuel Paty.

Manifestación en París por el asesinato del profesor Samuel Paty. / periodico

Rafael Jorba

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Francia, como ha resumido ‘Le Monde’, afronta una “conjunción de peligros”: la pandemia de covid-19, como la mayoría de países europeos, y un rebrote de terrorismo islamista, de una atrocidad deliberada. Todos los que reivindicamos la divisa de la República –"libertad, igualdad, fraternidad"– nos hemos sentido conmocionados y hemos mostrado nuestra condena y nuestra solidaridad con las víctimas.

“El Ejecutivo y las instituciones deben poder reconocer que, en esta lucha sin cuartel contra el yihadismo y en el combate sin descanso contra el coronavirus, se pueden cometer errores”, alertaba Jérôme Fenoglio, director de ‘Le Monde’, que firmaba el editorial de referencia. Centrémonos en el caso de la espiral de terror que intenta alimentar el terrorismo islamista y en la instrumentalización que de unas palabras del presidente Macron hizo su homólogo turco, Erdogan.

Emmanuel Macron, en el homenaje póstumo a Samuel Paty, salió en defensa de la libertad de expresión: “No renunciaremos a las caricaturas”. El profesor Paty, decapitado en Conflans-Sainte-Honorine, había mostrado dos caricaturas de Mahoma a sus alumnos. La frase de Macron fue caricaturizada por Erdogan y ha levantado una oleada de protestas en el mundo árabe-musulmán.

El presidente francés, en una entrevista a Al-Jazira, matizó sus palabras: dijo que entendía que algunos musulmanes pudieran sentirse heridos, pero que ello no justificaba la violencia, que las caricaturas no habían sido publicadas por el Gobierno francés sino por medios de comunicación independientes y que su deber era proteger ese derecho. Aceptemos el valor prevalente de la libertad de expresión. No todos los líderes occidentales lo hacen con igual rotundidad.

Respeto hacia los otros

Es el caso, por ejemplo, del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que apuntó que la libertad de expresión no es ilimitada: “Debemos actuar con respeto hacia los otros y no herir de forma arbitraria o inútil a aquellos con los que compartimos una sociedad y un planeta”. También un presidente francés, Jacques Chirac, se mostró en el pasado en esta misma línea: “Si la libertad de expresión es uno de los fundamentos de la República, esta se basa también en los valores de tolerancia y respeto a todas las creencias (…) Condeno todas las provocaciones manifiestas susceptibles de atizar peligrosamente las pasiones”.

Aceptemos –repito– el carácter prevalente de la libertad de expresión frente al riesgo de caer en lo políticamente correcto y la autocensura. Abordemos el debate desde otras perspectivas. Primero, desde el marco de la laicidad. La libertad de expresión, en este caso contra símbolos religiosos, es un derecho de los ciudadanos y de los medios –‘Charlie Hebdo’ pagó un precio por ejercerla–, pero no de los poderes públicos, que están sujetos al principio de neutralidad.

Una laicidad tranquila

Emerge, en este contexto, aquello que algunos analistas han calificado de “neo-laicidad”, una especie de religión civil, con sus ritos y anatemas, que va más allá del principio de neutralidad del Estado –y de los servidores públicos– y quiere imponer esa neutralidad a la sociedad y a sus ciudadanos, depositarios de la libertad religiosa, del derecho a creer y a no creer. Reivindiquemos, pues, una laicidad tranquila en el marco de los valores republicanos que la sustentan.

Abordemos el debate desde la divisa republicana de la que hablaba al inicio. No solo rige la libertad sino también la igualdad y la fraternidad. Combatamos la desigualdad en la que viven muchos jóvenes franceses de tradición musulmana y combatiremos también el banderín de enganche que utiliza el yihadismo: les ofrece un antimodelo frente a una sociedad en la que no encuentran su lugar.

Prevalente, pero no inocuo

No solo rige la libertad sino también la fraternidad. Defendamos la fraternidad frente a la espiral de odio. Es lo que hizo el papa Francisco tras el atentado en la basílica de Notre-Dame de Niza: “El Papa está cerca de la comunidad católica en luto. Reza por las víctimas y sus seres queridos, para que cese la violencia, para que volvamos a mirarnos como hermanos, y no como enemigos; para que el querido pueblo francés pueda reaccionar unido al mal con el bien”.

Sí, una fraternidad que puede hacernos entender que la libertad de expresión es un derecho prevalente, pero no inocuo. Que si no ofendo al que cree o piensa diferente, si no le caricaturizo, no es porque me autocensure sino porque quiero preservar la mirada del otro. Una fraternidad que hizo que el obispo de Niza, tras el atentado que segó la vida de tres de sus feligreses, confesara: “No, yo no soy ‘Charlie’. ¡Yo soy André Marceau! Seamos nosotros mismos”.

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