CONTROL DE BULOS
¿Quién vigila al vigilante?
El aval de la profesión periodística, su función social más útil, es la de separar el trigo de la paja, ejercer de filtro, mirar al poder a los ojos y soltarle la verdad
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
A menudo cacarea quien más debe callar. Aunque, mira por dónde, hay que reconocer la sagacidad de la oposición al bautizar como Ministerio de la Verdad el plan de Sánchez para regular las noticias falsas. Como en '1984', la novela de George Orwell, un monumento al horror de la política-ficción. Bien es cierto que las 'fake news', los bulos, el vamos a liarla constituyen una termita que amenaza con carcomer los pilares de la democracia, pero la sola idea de colocar su control en manos del poder ejecutivo produce repeluzno. ¿Quién vigila al vigilante? Esta película ya la hemos visto de reestreno varias veces, doblada y en versión original.
Desde los presocráticos, desde la Grecia clásica, la especie pensante viene intentando delimitar los contornos de la verdad, que, aun no siendo un ente macizo, comparte una propiedad física con el aceite y el corcho: la verdad flota. Necesita más o menos tiempo, precisa encontrar su nivel, pero, cuando al fin lo hace, aflora a la superficie. Como la caca bajo la alfombra. Acaba de suceder en Estados Unidos. Tras el cúmulo de abusos, insultos y mentiras de Trump —'The Washington Post' las ha contabilizado en 22.000 durante su mandato—, algunas televisiones y radios comenzaron a 'desenchufar' su bravata trolera sobre los “votos ilegales”, incluso los medios de Murdoch, que antes le habían reído las 'fucking' gracias. Ahí está la raíz venenosa del problema.
Internet ha hecho mucho daño a los medios de comunicación. Se zampó el monopolio de la información y los ingresos, de manera que ha habido que arrimar el ascua a la sardina económica y buscar lectores debajo de las piedras, regalando oídos, diciendo a cada audiencia lo que gusta de escuchar. Es más fácil (y gratificante) ejercer de tertulianos palmeros que picar la piedra dura de la información veraz. Cuestionar los hechos, contrastar: primero de periodismo. El aval de la profesión, su función social más útil, es la de separar el trigo de la paja, ejercer de filtro, mirar al poder a los ojos y soltarle la verdad. Puede que la prensa sea parte del problema de la desafección política y no es menos cierto que hace falta autocrítica, pero todo lo demás, creo, son inventos del tebeo.
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