EL ANÁLISIS

El triunfo de un candidato normal

Los estadounidenses han votado a favor de devolver la sensatez a la Casa Blanca

Biden, en en un acto de campaña

Biden, en en un acto de campaña / periodico

Marta López

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Tras cuatro días de alto suspense y casi a cámara lenta, el demócrata Joe Biden ha sido proclamado ganador de las elecciones presidenciales de Estados Unidos,  con más de 74 millones de votos, más de cuatro por encima de su rival,  Donald Trump. Todo indica que vencerá  en estados como Georgia o Arizona, donde los demócratas no ganaban desde 1992 y 1996 respectivamente, además de recuperar los estados industriales del Medio oeste. Un triunfo claro y rotundo pese a que la perversión del sistema electoral estadounidense hace que parezca muy ajustado y que haya llegado después de un recuento tedioso y agónico. Pese a que se ha disputado voto a voto, no deberíamos perder de vista la contundencia de esta victoria del candidato demócrata. Mayor que la esperada.

Los estadounidenses, en una movilización récord que refleja el alto interés que han despertado estos comicios, básicamente han votado por poner fin a cuatro años de locura y por devolver la sensatez a la Casa Blanca. Hartos muchos de ellos de las extravagancias del imprevisible magnate, han depositado su confianza en un candidato normal. Un hombre moderado. Un hombre de Washington. La otra cara de la moneda. Radicalmente opuesto al hombre que desesperado se aferra al poder y que en los últimos estertores de una caótica presidencia ha manifestado un absoluto menosprecio por el voto de  los ciudadanos estadounidenses a los que se supone tiene que servir.  

Cuatro años después del triunfo de la antipolítica, un candidato con 50 años de carrera política a sus espaldas, un representante del ‘establishment’ –senador durante 36 años y ocho años vicepresidente- volverá a ocupar el número 1600 de la Avenida Pensilvania. En medio de una gravísima situación económica, social y sanitaria,  los estadounidenses ya no desean un ‘showman’, sino a alguien capaz de liderar, sacar al país del pozo y a la vez, devolver a Estados Unidos el liderazgo mundial que le corresponde y que Trump ha laminado con sus políticas nacionalista del 'America first' y un manifiesto desprecio a sus aliados tradicionales.  

Ni Obama ni Clinton

Biden no llega a la Casa Blanca en medio de una ola de entusiasmo. Ni mucho menos tiene el carisma y el encanto de los últimos presidentes demócratas, Barack Obama y Bill Clinton. Es además, a sus 77 años, mucho mayor que ellos cuando llegaron a la presidencia. Pero ante un rival tan primario, con un estilo tan bronco, una gestión tan nefasta de la pandemia del covid en el país con mayor número de contagios (9,7 millones de casos ) y de muertos (más de 236.000) y una economía gravemente dañada, su seriedad, moderación, solidez y experiencia son su mejor carta.  Credibilidad, a fin de cuentas.

El candidato demócrata no aterriza tampoco con un mensaje de esperanza y renovación como lo hicieron esos carismáticos antecesores suyos, sino con la promesa de curar heridas y devolver la unidad a un país roto. Estas elecciones no han sido más que el reflejo de este desgarro porque los 70 millones de votos que han ido al actual presidente ponen de manifiesto que el trumpismo ha arraigado  y se alimenta de la legítima inquietud de una parte de América que siente muy desencantada.

Biden ha dicho que será el presidente de todos los estadounidenses. Su gran reto va a ser convencer con sus políticas a esta América resentida de que la solución a sus muchos problemas y no puede venir de mano de otro Trump. Que este es un capítulo ya cerrado. Un triste paréntesis en la historia estadounidense.