Opinión | Editorial

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Desolación en la costa catalana

La desaparición del turismo ha convertido a localidades como Calella, Lloret o Salou en epicentros de un terremoto económico y social

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Las estadísticas hablan por sí mismas. Según los recientes datos del INE, Catalunya ha recibido, entre enero y septiembre, un 77,7% menos de turistas internacionales que en el mismo periodo del 2019. En este último mes, la cantidad se desplomó hasta un 86% menos. En el conjunto de España, los porcentajes son parecidos. Además, los que han venido han gastado menos y han invertido la mitad del tiempo en su estancia. Un 80% menos, en general, y, concretamente en septiembre, un descenso del 92%.  

Pero si abandonamos este resumen global y fijamos la mirada en la particularidad de cada caso, el panorama es aún más desolador, sobre todo si nos centramos en aquellos municipios de la costa catalana que han basado su economía en este tipo de turismo masivo. Las grandes cifras que atesoran España y Catalunya con respecto al turismo se deben, principalmente, a una oferta de negocio que nace de la cantidad y que proviene de la intervención de los grandes operadores y de la renovación constante de la demanda. Son los ejemplos paradigmáticos de Calella (Barcelona), Lloret (Girona) y Salou (Tarragona), convertidos por la pandemia en epicentros de un auténtico terremoto económico y social.

La serie de reportajes que EL PERIODICO está publicando sobre estas poblaciones punteras del turismo en la costa catalana son un retrato fiel de la devastación que se ha visto agravada por las últimas medidas de cierre de bares y restaurantes y por el confinamiento perimetral que ha incidido terriblemente en las mínimas esperanzas que albergaban con el cliente nacional. Lloret, que tiene una capacidad de 30.000 plazas hoteleras, depende en un 85% del turismo y el PIB de Salou, por ejemplo, cifra su dependencia en un 92%. Los tres municipios, además, aprovechaban la temporada baja –lejos de las cifras del verano, pero con una notable capacidad de atracción, en especial para la tercera edad– para redondear los números del año.

A estas alturas, en Lloret solo se mantienen abiertos cinco de los 122 establecimientos hoteleros censados. El escenario, en los otros dos polos turísticos, es muy similar. Los empresarios temen, abiertamente, por la continuidad del negocio porque, entre otras cosas, no prevén una remontada a medio plazo sino un largo recorrido de recuperación. Los trabajadores, en su gran mayoría temporales o sin acceso a unos contratos que se tenían que haber concretado antes del primer confinamiento, engrosan las colas de las ayudas sociales, que han aumentado en torno a un 70/80%, a cargo de entidades como Cáritas, el Banco de los Alimentos o los servicios sociales.   

El panorama de estas y otras poblaciones del litoral no es solo un desierto cotidiano, sino que, en la perspectiva de un futuro inmediato, se presenta como una grave crisis de todo tipo que también afectará a las arcas municipales y, en consecuencia, a su capacidad de intervención subsidiaria. El sector confía al menos en que las ayudas que puedan llegar tengan en cuenta que es uno de los más perjudicados del país. Y en que el despliegue y cumplimiento de las medidas necesarias para contener la expansión del coronavirus devuelvan la seguridad a los desplazamientos turísticos.