LAS CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA

No es un corte, es un desgarro

A veces, el único confort que puede extraerse de una catástrofe como la actual es comprobar que la vida se puede vivir de otra manera a como nos habían enseñado

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Silvia Cruz Lapeña

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La vida nos ha abandonado. Por desgracia, en miles de casos, literalmente. En el resto, millones, no de forma literal, pero sí definitiva. Se ha roto la pareja que forma cualquier vida con la vida y ya no se celebran como antes bodas ni funerales. Vivimos en un mundo con niños y hay colegios, pero las clases se dan y se reciben al ritmo que marca el último contagio. Hay músicos y no hay conciertos. Y se producen despidos que hacen desaparecer productos de la nevera y de las fotos veraniegas del futuro el bungalow, la sombrilla, quién sabe si hasta la playa.

Ya ni siquiera nos queda sorna para pronunciar, como hacíamos al inicio, "nueva normalidad", y en lugar de acostumbrarnos, echamos cada vez más de menos la vida vieja. Por eso hasta el más descreído y despegado se pregunta a veces si podrá comer polvorones este año. Como si el calendario tuviera el poder de arreglar algo.

De desajustes así habla la filósofa Claire Marin en 'Rupturas' (Alienta, 2020), donde aborda cómo afrontar separaciones que implican cambios radicales en nuestras vidas. A veces son positivos y esperados: por ejemplo, un parto. Otras, negativos y no deseados: una enfermedad, un despido, un accidente. Cortes que acaban con la vida conocida y obligan a planear otra. El libro, publicado originalmente en francés en el 2019, no habla de la pandemia, pero abordar sus páginas en estos tiempos hace inevitable interpretar la crisis del covid como una de esas rupturas de las que habla Marin.

Nadie será el de antes

Quien busque alivio inmediato al malestar del encierro, el cambio y el desasosiego, debe saber que este libro no funciona a la velocidad falaz de la autoayuda. Narra otras rupturas pasadas y recopila qué han dicho otros que pensaron en esto antes que ella. Desde el inicio lanza pequeñas conclusiones, pero no consejos, ni soluciones, pues no hay dos tristezas iguales, ni dos personas iguales y por eso hay quien sale a flote con más fuerza y quien se queda en el intento, como un fantasma, añorando al amor perdido, al familiar muerto o la vida sin hijos y sin pandemia.

“Tras una ruptura biográfica esperamos con impaciencia el regreso de la vida normal”, escribió el pensador George Canghillem. Y esta ruptura con la vida de ayer –la que tenía hotelitos con encanto, puentes y navidades– es biográfica pero también histórica. Por eso haríamos bien en atender a lo que dijo el francés, también médico, cuando afirmó que tras ninguna enfermedad vuelve nadie a ser cómo era cuando estaba sano. Nadie. Imaginen tras una pandemia, donde ya es evidente que nada volverá a ser como fue antes.

Reconstruirnos

Pero paciencia, que si la ruptura es cruel, dice Marin, es porque no es un corte limpio y rápido. No es un tajo, es un desgarro. Y en ese intervalo entre que nace y se consuma hace nido esta incertidumbre que nos atormenta. En algún momento habrá que afrontarlo y empezar otra vida, no necesariamente una nueva, pues una crisis nos cambia, pero no nos convierte en quien no somos. Una desgracia nos descubre, pero no convierte en valiente al cobarde, ni en sabio al necio. Por eso, en la tarea de reconstruirnos, no habría que esperar milagros y ser conscientes de nuestras limitaciones. Y lo dice la autora sin pesimismo, con una prosa cálida y pausada, con la que explica, con una compasión conmovedora, que a veces el único confort que puede extraerse de una catástrofe es comprobar que la vida se puede vivir de otra manera a como nos habían enseñado. Es un aprendizaje duro, de cocción lenta, pero si lo pensamos bien, no es poca cosa.