Dos miradas
Ese voto incomprensible
En un futuro próximo, los hijos de los desesperados votarán y sus vidas estarán marcadas por todo lo que han hecho por ellos
Se llama Alex. O Susana o Miguel o Fátima o Lucas. No tienen ni idea de quiénes son ustedes, de lo que hacen o dejan de hacer, de sus chanchullos o su honestidad, de sus diligencias o su inoperancia, de sus banderas, sus causas o sus delirios. Tienen ocho, 10 o 12 años, y son los hijos de los desesperados. Quizá sus padres arrastraban años de miseria, quizá tan solo hacían equilibrios con la precariedad -ya saben, un día de merluza y cinco de macarrones- o quizá han caído de improviso, golpeados por un virus microscópico que ha puesto patas arriba toda su vida. De repente, la ruina. Palabra maldita del diccionario.
Se llaman Cristina, Omar, Liliana o Jordi. Y en un futuro próximo, votarán. Es posible que en la papeleta incluso se encuentren los nombres de algunos de los políticos que ahora están escribiendo su futuro. Votarán y sus vidas estarán marcadas por todo lo que han hecho por ellos. Por cómo han protegido su educación, su casa, su salud y su bienestar. Votarán. Y los analistas se preguntarán, perplejos, de dónde ha salido ese voto, ese populismo desbordado, ese incomprensible sinsentido moral.
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