ANÁLISIS

Trump embarra los resultados para curarse en salud

Al margen de quien sea el ganador, EEUU saldrá de estas elecciones más pobre, más injusto, más polarizado y más aislado que cuando el actual presidente inició su primer mandato

Trump, en su comparecencia de esta noche electoral.

Trump, en su comparecencia de esta noche electoral. / periodico

Andreu Claret

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Fiel al despotismo que ha caracterizado su mandato como presidente de Estados Unidos, Donald Trump decidió atribuirse la victoria de madrugada, cuando quedaban millones de votos por contabilizar. Lo hizo cuando estaban todavía en juego estados decisivos –Wisconsin, Michigan, Nevada, Arizona– para que él o su contrincante, el demócrata Joe Biden, pudieran proclamarse vencedores. Trump en estado puro. Despreciando las tradiciones democráticas de su país, incluso la opinión de muchos republicanos, utilizando las banderas y los locales de la Casa Blanca, protagonizó una comparecencia sin precedentes en la que apeló al Tribunal Supremo para sancionar un supuesto robo de votos sobre el que no aportó prueba alguna. Era el Trump de siempre, mezcla de medias verdades –sus buenos resultados en estados que parecían más ajustados, como Ohio y Florida, y la posibilidad de retener la mayoría en el Senado– y mentiras como el anuncio prematuro de su victoria, que Twitter y Facebook tuvieron que puntualizar para preservar su credibilidad.

Trump volvió a ser el hombre que nunca pierde, el que no puede perder. Ha adoptado una estrategia destinada a curarse en salud que le permite, de resultar elegido, recordar que él ya anticipó el resultado pasadas las tres de la madrugada, y que el retraso en anunciar su victoria fue una maniobra desesperada de las élites políticas, del 'New York Times', el 'Washington Post' y la CNN. Y que deja la puerta abierta a acusar a los demócratas de manipular los votos por correo si son ellos los vencedores. Una operación insensata de deslegitimación que puede radicalizar a una parte sus seguidores y llevar a Estados Unidos al borde del precipicio. Puede parecer una paradoja que enfangara el recuento cuando los primeros resultados le eran favorables. En su comparecencia, podría haberse limitado a despotricar contra los institutos demoscópicos que habían dado a Biden entre cuatro y siete puntos de ventaja. Pero su propósito era otro: preparar a los suyos ante un recuento final que le fuera adverso. 

Los sondeos han vuelto a fracasar como ya ocurrió en el 2016, cuando fueron incapaces de captar la ola de fondo que jugaba a favor de Trump. Algo parecido ha vuelto a suceder, poniendo de manifiesto la incapacidad de los demócratas de superar su condición de partido elitista, alejado de las preocupaciones cotidianas de muchos norteamericanos. Si pierden, podrán atribuirlo a Biden, que no era, ciertamente, el mejor candidato para hacer frente al huracán que ha supuesto Trump para la política norteamericana.

Sin embargo, no será fácil explicar cómo han vuelto a fracasar en su intento de ganar por goleada contra quien ha polarizado el país hasta extremos desconocidos, contra el gestor imprudente de la pandemia, contra quien ha empequeñecido Estados Unidos en el mundo, contra un presidente que sufrió un ‘impeachment’ y varias denuncias por acoso sexual. Las victorias todo lo curan, y si Joe Biden y Kamala Harris llegan a la Casa Blanca, los demócratas ganarán cuatro años para entender mejor cómo Trump ha podido sacar semejantes resultados y por qué ellos siguen teniendo dificultades entre sectores populares, en particular los trabajadores blancos afectados por la crisis y los latinos.

Un país debilitado

Sea quien sea el ganador, Estados Unidos saldrá de esta contienda electoral debilitado. Como un país más pobre, más injusto, más polarizado y más aislado que cuando Trump inició su primer mandato. No resulta sencillo entender que tenga posibilidades de ganar un segundo mandato en estas circunstancias. Con cerca de 10 millones de casos de coronavirus y un cuarto de millón de muertos, tras una descabellada política de inmunidad de rebaño. ¿Cómo es posible? Entre las muchas preguntas que suscitan los resultados obtenidos por los republicanos, la de más difícil respuesta es su victoria entre muchos hispanos. ¿Cómo explicar qué tantos latinos –no solo los cubanos– voten al presidente que ha levantado el muro? Es la ideología, es cultura y la identidad, idiota, respondería cualquier asesor de Trump. Y esta ha sido, efectivamente, la clave de sus resultados. No ha sido la economía, aunque la bolsa le haya echado una mano. Ha sido su asombrosa capacidad de encabezar la ola de resentimiento hacia la política convencional que recorre Norteamérica. Alentando el miedo, utilizando la brocha gorda para pintar una sociedad en blanco y negro. Desplegando un populismo 2.0. que hace estragos en medio mundo.