Análisis

Desencanto sin remedio en Washington

En el peor de los casos, Trump acabará por hundir a su país. En el mejor, comprobaremos que Biden no trae nada tan distinto

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Jesús A. Núñez Villaverde

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Su preeminencia ya no es la de antaño, pero unas <strong>elecciones presidenciales en Estados Unidos</strong> siguen siendo un factor determinante a nivel mundial. No en vano, a pesar de su innegable declive, sigue siendo la primera potencia militar, económica, científico-tecnológica, cultural y hasta energética del planeta. Y lo que está en juego no es tan solo un mero relevo en la Casa Blanca, sino la posible consolidación de un populismo autoritario altamente desestabilizador o el regreso a la simple y aburrida democracia.

Dejando de lado los enormes boquetes que Trump ha abierto en su propio país -profundizando una polarización crecientemente violenta-, en el ámbito externo el panorama no puede ser más preocupante. Precisamente cuanto más multilateralismo y multidimensionalidad exigen los desafíos de hoy, Trump se ha afanado por despreciar el orden internacional emanado de la segunda guerra mundial, del que EEUU es el principal beneficiario. Y aunque es obvia la necesidad de reformarlo a fondo, adaptando los anquilosados órganos de gobernanza mundial a las necesidades de una globalización en la que la relación de fuerzas ha cambiado (no solo por China), su continuidad en la presidencia no solo chocaría con los verdaderos intereses estadounidenses, sino que abocaría a un río cada vez más revuelto.

Si, por el contrario, fuese Biden el elegido no solo tendrá que evitar la ruptura interna, sino que, antes de construir nada nuevo, se verá obligado a realizar un gran esfuerzo para recuperar al menos la posición que aún tenía EEUU cuando él era vicepresidente. Y solo después de restañar tantas heridas producidas por Trump- con sus desplantes a la ONU, la UE, la OTAN, la OMS, la Unesco, la ACNUR, el Acuerdo de París, el acuerdo nuclear con Irán…- podrá mirar hacia adelante.

Y entonces le quedarán aún asignaturas pendientes por doquier, empezando por el control de los arsenales estratégicos, con el Nuevo START finalizando su vigencia a finales del próximo febrero. Consciente de que tampoco Washington puede aspirar a resolver sus problemas en solitario, también tendrá que dar muestras de un multilateralismo eficaz, buscando sobre todo a la Unión Europea como socio y aliado preferente. Todo ello mientras trata de salirse definitivamente del pantano en el que lleva tanto tiempo metido en Oriente Medio, al tiempo que debe hacer frente al imparable ascenso chino.

Sea como sea, el desencanto está garantizado. Quien ocupe el Despacho Oval los próximos cuatro años no solo tendrá prioritariamente que gestionar una pandemia (sin la cual probablemente Trump habría llegado a estas elecciones con ventaja), sino también una economía deprimida. Asuntos internos que dejarán menos tiempo para recuperar posiciones en un escenario mundial en el que otros han ido avanzando posiciones. En el peor de los casos, Trump acabará por hundir a su país, generando aún más agravios y perdiendo aliados imprescindibles por el camino (como la UE). En el mejor, comprobaremos que Biden no trae nada tan distinto.

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