EL TABLERO CATALÁN
El Homrani como síntoma
Josep Martí Blanch
Periodista
Josep Martí Blanch
El ‘conseller’ de Interior, Miquel Sàmper, nos ha felicitado porque a su criterio por fin los catalanes han entendido la gravedad de la pandemia. Pareciera que Sàmper pertenece a la categoría de personas convencidas de que sólo amanece si ellos despiertan primero. El ‘conseller’ accedió al cargo el 3 de septiembre, cuando ya llevábamos millares de muertos de la primera ola y habíamos soportado un confinamiento bárbaro, pero a tenor de sus palabras no ha sido hasta ahora que hemos asumido que esto del bicho va en serio. Un mal momento siempre lo tiene cualquiera, particularmente los recién llegados.
Lo que sí han descubierto esta semana nuestras autoridades es que va en aumento el número de ciudadanos que acumula ya suficientes razones para cuestionar abiertamente el modo en el que viene gestionándose la pandemia. Y van a ser más. Las escenas de violencia de la noche del viernes en Barcelona han sorprendido por su virulencia. No deberían. Barcelona y la violencia de la turba –distinto pelaje, igual condición– mantienen una ya larga y estrecha relación.
Los delincuentes que entraron a robar bicicletas en Decathlon, por tratar el ejemplo más llamativo, podrían haber aprovechado cualquier otro tumulto. No se hacen pintadas antisemitas o se asalta un comercio porque a uno le vayan mal las cosas. Quien pinta cruces gamadas lo hace porque es un racista, lo que vendría a ser un superidiota pero peligroso, y quien coge lo que no es suyo con violencia es un ladrón.
Pero tras estos figurantes del alboroto y del odio, a los que habría que añadir a los de la imbecilidad negacionista, aflora ya de un modo claramente perceptible el malestar racional de ciudadanos con motivos sobrados para la queja airada. Harían bien los gobiernos autonómicos –ya que Pedro Sánchez se ha esfumado hasta nueva orden como ha escrito José Antonio Zarzalejos en su despedida de los lectores de EL PERIÓDICO– en no menospreciarlos queriéndolos confundir en su conjunto con simples idiotas ultradrechistas, ultraizquierdistas o terraplanistas.
Las listas del descontento
Los gobiernos van utilizándose unos a otros como coartada para validar sus improvisaciones sin que nadie pueda dar con la tecla definitiva y tampoco ofrecer resultados que no puedan ser cuestionados. A estas alturas seguimos sin saber qué beneficio ha supuesto el cierre de bares y restaurantes o las limitaciones insalvables impuestas al mundo cultural y a muchos comercios sin que, en paralelo, dejen de verse imágenes de ciudadanos apretujados en el transporte público en horas punta. No hay respuesta ni la habrá. Eso es lo que va sumando en velocidad creciente adeptos a las listas del descontento que ahora pueden, además, compararse a otras comunidades con criterios menos restrictivos y observar atónitos la aleatoriedad de las medidas que los gobernantes van tomando, siempre apoyándose en la opinión de unos expertos a los que el virus ha dado la oportunidad de poder experimentar en vivo con población real.
Entre el malhumor creciente lo que resulta imperdonable es que además los gobiernos se comporten como un imposible agregado de vocalistas en el que cada uno interpreta su propia canción. Lo que ha pasado en Catalunya con las diferentes versiones sobre la obligatoriedad del teletrabajo ha sido el colmo del despropósito. Después de que el ‘conseller’ de Treball, Chakir El Homrani, manifestara en una entrevista que era obligado y que las empresas podían ser sancionadas en el caso de no implantarlo, hasta tres ‘consellers’ más –Pere Aragonès, Ramon Tremosa y Meritxell Budó– salieron a matizarlo o contradecirlo. ¿Alguien da más?
Las declaraciones de El Homrani pusieron de relieve tres cosas: hasta qué punto un gobernante puede desconocer el mundo de la empresa y la gestión, aun siendo el titular de esa cartera; la falta de liderazgo de un Govern que nadie lidera –Aragonès no quiere hacerlo– y que la pandemia sirve también para tapar la incompetencia de algún miembro del Govern cuyo trasero quedó al aire con el aterrizaje del covid en Catalunya y que ahí sigue parapetado en la excepcionalidad del momento. Alguien a quien se le retiraron las competencias de gestión de las residencias en la primera ola por incapacidad y que, a pesar de ser nombrado en mayo de 2018, sigue sin saber cuáles son sus atribuciones, debiera ser fulminado del Govern. Pero ahí se le mantiene. Después ha de extrañarnos que los ciudadanos que pagan en sus propias carnes las decisiones estén cada vez más enfadados. Pues va a ser que no, que se entiende perfectísimamente.
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