barraca y tangana

La tormenta perfecta

Mi hijo se está haciendo del Getafe. A ver si alguien me puede ayudar

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Enrique Ballester

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A menudo me preguntan si lo que escribo aquí es verdad, y claro que es verdad. Con frecuencia me preguntan si expongo demasiado lo personal, si enseño demasiadas cosas íntimas, pero solo cuento historias inofensivas, solo comparto anécdotas amables en realidad. Las desgracias no se cuentan y los dramas familiares son privados, excepto hoy, que dada la gravedad del asunto necesito soltarlo, aunque me dé un poco de vergüenza, pero a ver si alguien me puede ayudar. Ahí va: mi hijo Teo se está haciendo del Getafe y empiezo a pensar que no lo voy a poder evitar.

Está siendo una tormenta perfecta. El Getafe va de azul y a Teo le va el azul. A Teo le van los cromos y en los cromos sale mil veces Marc Cucurella, que estoy cerca de llamar a Panini para reclamar. A Teo le hace gracia cómo suena el nombre: CucuCucurellaCucu, y además uno de su clase se llama MarcCucurella encima lleva un pelo imposible, fascinante, de lo más llamativo, y a Teo le parece fenomenal, a Teo le llamó enseguida la atención y se parte de risa viéndolo jugar, porque Cucurella es de los que va a todas y a toda velocidad, y choca y se cae y se levanta y se vuelve a caer y se vuelve a levantar. Admito que para un niño de 4 años es el jugador ideal. Está siendo una tormenta perfecta y no parece que vaya a amainar.

Un punto de casualidad

En el fondo, y al contrario de lo que suelo percibir por ahí, a mí el Getafe no me cae del todo mal. De hecho me resulta hasta simpático, porque del Getafe es uno de mis tuiteros favoritos: Usuario Arroba aka Mongolear. Pero Teo es un niño de Castelló, y aquí empiezas haciéndote del Getafe y pronto te enganchas a todas las rarezas. Eso suele terminar mal. La otra noche ya dijo que no le gustaba la nocilla, ese tipo de cosas que como padre no puedo tolerar.

Lo de Teo lo hablábamos mucho cuando nuestro equipo bajó a Tercera y no teníamos más remedio que aguantar, y así lo escribí, aunque luego resultara que ya lo había escrito antes Hornby, como casi todo, pero qué más da. El tema es que uno se hace de un equipo del mismo modo que se enamora de una persona: con un punto de casualidad, sin pensarlo mucho y sin imaginar el dolor que en el futuro ese amor le va a causar. Como se consolide lo de mi hijo con el Getafe, temo lo peor. Llegará a la vida adulta, cumplirá 40 años y mantendrá la fidelidad al Getafe, y en consecuencia no le encontrará sentido alguno a su existencia en el planeta Tierra. Me culpará por haberle dejado ser del Getafe, no sin razón, y me fastidiará la jubilación, que ya ni me podré morir en paz.

Juan Manuel, que ejerce de médico en México, me explicó el otro día que es de un equipo que ya no existe, es de un equipo que desapareció. Y me dijo que sufre menos y es más feliz, porque ahora el fútbol para él consiste en desear que pierdan los equipos que odia, algo que pasa con bastante frecuencia, y ni tan mal. Yo ahora veo el fútbol deseando que Cucurella se quede calvo, o que se corte el pelo al menos, a ver si me hace el favor el chaval. Hay más en juego de lo que se podría imaginar.