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La hora de la verdad

A estas alturas de la pandemia sobran eslóganes para facilitar titulares pero falta el valor de admitir que nadie sabe nada y entre todos sabemos poco

Pasajeros llegan al aeropuerto de Palma de Mallorca el 2 de julio del 2020, en plena pandemia por covid-19

Pasajeros llegan al aeropuerto de Palma de Mallorca el 2 de julio del 2020, en plena pandemia por covid-19 / periodico

Josep Cuní

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Van pasando los días, las semanas y los meses y no parece que hayamos aprendido demasiado. De ser una evaluación escolar como las de antes nos dirían que no progresamos adecuadamente. El virus sigue castigando y todo lo que los ciudadanos oímos vuelven a ser lamentos, advertencias y obligaciones. Castigos disfrazados de sacrificios y penalizaciones revestidas de necesidad en largos y reiterados discursos políticos vacíos, redundantes y tendentes a la gastada retórica deportiva de apoyar para vencer. Ya solo falta recuperar aquel viejo lema de “lo importante es participar” para revivir capítulos abandonados. Se han dejado atrás el lenguaje bélico y los uniformes. Se agradece pero no es suficiente.

Sobran eslóganes para facilitar titulares y tuits pero falta el valor de admitir que nadie sabe nada y entre todos sabemos poco. Que se va a tientas en todos los terrenos y que la lucha partidista ayuda tan poco como las rencillas científicas, los debates jurídicos y los límites territoriales. La humildad obligada por la pandemia como se convino al inicio de este agónico período de gestación, brilla por su ausencia. Como la transparencia que tanto se exige en las explicaciones de por qué fallan las medidas aplicadas cuando se amplían con otras que multiplican las contradicciones. Como la denuncia de Carles Sans señalando la puntilla que la Generalitat acaba de darle a la cultura cerrando los teatros de nuevo: “Se puede ir en metro y sin embargo no se puede entrar a ver la obra porque ver un espectáculo con todas las medidas de seguridad es contagioso” ha escrito.

Y a propósito del transporte público. Sus autoridades insisten en que no hay riesgo tras la supresión de los límites de capacidad de los convoyes mientras el retraso de unas obras de Adif castigan la alterada regularidad de Renfe inundando las estaciones de ciudadanos concienciados pero temerosos por no poder mantener la distancia de seguridad exigida. En tales circunstancias, ¿quién tiene la fuerza moral de instar a dejar el coche en casa para desplazarse al trabajo?

Muestras de ineficacia

La situación es difícil y compleja. Y nadie quisiera estar en la piel de quienes toman decisiones. Ni siquiera sus asesores científicos como admite la biofísica Clara Prats. Pero las administraciones siguen dando muestras de ineficacia sin que nadie les pida explicaciones ni les exija obligaciones. Tardan meses en abonar ayudas y subsidios como los Ertes y la renta mínima mientras dejan que se pierdan 4,6 millones recibidos y no distribuidos entre los ayuntamientos damnificados por el temporal de las Terres de l’Ebre de hace dos años.

No es agradable para los medios de comunicación asumir el papel de inquisidores entre tanta tragedia, pero este es su papel democrático. La adecuada canalización de quejas e incomprensiones que claman por hacerse oír ante un poder que dice pero no explica. Un trabajo que sería más cómodo si los gobiernos se coordinaran y entendieran qué representa comunicar en el siglo XXI. Y a qué les obliga para acceder a una mejor comprensión y una más alta consideración. Para generar empatías y desterrar controversias, hacer pedagogía y recortar distancias. Somos lo suficientemente adultos para entenderlo todo si se nos cuenta todo. Incluso admitiendo, como Sócrates, que solo sé que no sé nada.

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