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Chupar la sangre de Ansu y Pedri

Pedri y Ansu Fati, en el clásico.

Pedri y Ansu Fati, en el clásico. / periodico

Josep Martí Blanch

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El meme de más fortuna estos días de cárcel nocturna es un breve texto que razona que uno se ha hecho mayor cuando un toque de queda no cambia su vida en lo más mínimo. La gente recibe el mensaje, sonríe y lo reenvía a los contactos de su agenda que juegan en su misma liga, la de los que tienen su patrimonio más querido en el triángulo equilátero que dibujan sofá, pijama e ibuprofeno.

Aunque siempre ha habido otras formas de certificar que un cuerpo anda ya cargadito de años. La más efectiva para determinar el momento exacto en el que se pone punto final a la juventud es ser consciente de la temporada liguera en la que no hay sobre el césped un solo jugador de primera división que tenga más años que tú.

A partir de ahí, por mucho que uno se cuide, la tendencia ya no puede revertirse y los días pasan a ser una carrera sin frenos y hacia abajo. Es lo que hay, amigos. Hasta la fecha solo Jordi Hurtado ha conseguido enfrentarse con éxito al óxido celular, aunque acabará pagando caro su atrevimiento. La inmortalidad, como aseguran todos los sabios, es en realidad una condena. Algunos se rebelan contra lo inevitable, proclamando solemnemente que la edad real está en el cerebro, pero cuando quedan desnudos ante el espejo descubren cuan flácidos resultan sus argumentos.

La batalla del tiempo

Ni el running ni los viajes a la India para descubrir el verdadero sentido de la vida permiten ganar la batalla del tiempo. Tampoco la cirugía debe considerarse. Colgar las botas y aceptar el toque de queda biológico acaba siendo lo único digno. Esto lo sabe hasta el Rat Pack, un grupo de periodistas de Barcelona que creyó que estas cosas no iban con ellos pero que también ha acabado hincando la rodilla ante Cronos, el dios del tiempo que no hace prisioneros.

Sólo chupar sangre joven sirve de remedio. Por eso andamos como locos con los 17 años de Pedri y los 18 que cumple este sábado Ansu Fati. Ambos nos sirven de recordatorio, como si estuviésemos viendo el azucarado Rey León, de que la vida es un ciclo sin fin y que, cambiados los protagonistas, todo puede seguir igual o casi.

El rejuvenecimiento de un equipo es el rejuvenecer de su afición. Es situarse de nuevo en el principio de las cosas, cuando todo está por construir. Pedri Ansu Fati son la primavera de un equipo al que había llegado el invierno marchitándolo sin compasión. Ellos son ahora los que insuflan optimismo a un futuro que aún no está escrito y que por ello merece la pena imaginar. Sobre sus dorsales proyectamos también las amenazas que sabemos inevitables pero de las que ignoramos que forma adoptarán. ¿Serán estos chavales flores de una temporada? ¿Se torcerán? ¿Sabrán transitar de adolescentes a jóvenes sin perderse por el camino? ¿Habrá sido la naturaleza igual de generosa con su cerebro como lo ha sido con sus piernas?

Desde el sofá que habitamos ante el televisor importan poco las respuestas. Basta la certeza de que en este presente tan oscuro podemos alimentarnos de su sangre y que al primer sorbo nos sube el cabreo con el toque de queda y las demás restricciones porque, digan lo que digan los memes, nuestra vida sí ha cambiado de arriba abajo. Ver a estos jóvenes imponiendo la ley de la vida es la vacuna que necesitábamos los que somos población de riesgo. Nos faltan dos: la del miedo y la del bicho.