AL CONTRATAQUE
Carta desde mi baldosa
Cuando te enfrentas a dificultades de proporciones bíblicas, la solución es cuidar tu espacio vital, y eso sirve para afrontar de todo, incluso el coronavirus
Carles Francino
Periodista
Carles Francino
No dispongo de autoridad moral ni solidez filosófica para dar consejos a nadie sobre cómo vivir. Me conformo con aplicar la teoría de la baldosa. Es muy simple: cuando te enfrentas a dificultades de talla extragrande, obstáculos de proporciones bíblicas, la solución es cuidar tu baldosa. Eso sirve para afrontar de todo: el machismo, el racismo, la homofobia, el fascismo, el cretinismo y varias cosas más que acaban en -ismo; y también, como es obvio, para esa plaga en forma de pandemia que se llama covid-19.
Uno no tiene por sí solo ninguna fórmula mágica, pero sí puede actuar en el espacio vital de familia, amigos, compañeros de trabajo y algún otro satélite. En los casos de flagrante zancadilla moral, se trata de oponerse férreamente a cualquier atisbo de coqueteo que valide el desprecio a las mujeres, los insultos a los homosexuales o las proclamas que difundan el odio a las minorías, por citar solo algunos ejemplos. Si mantienes tu baldosa vital limpia de esas manchas, podrás sumarte a otras baldosas iguales, construir entre todos una casa y, con el tiempo, una ciudad –léase, sociedad- donde merezca la pena vivir. Es una metáfora de párvulos, ya lo sé, pero se entiende muy fácilmente. Se trata de no buscar la coartada de delegar en entes superiores, ya sean gobiernos, empresas o predicadores, y obligarse a hacer lo correcto.
He pensado mucho durante estos meses tan complicados en mi teoría de la baldosa. Podemos ciscarnos en el político de turno, insultar al primer científico que se nos ponga a tiro o lamentar nuestra desgracia por tener limitada la libertad y amenazado el futuro. Pero seamos sinceros, sabemos perfectamente lo que toca: movernos lo imprescindible, llevar mascarilla, utilizar gel y, si no estamos enfermos -o muertos- ni hemos perdido el empleo, echar una mano a quienes más lo necesiten. Y además, sonreír, leer, escuchar música, ir al cine, al teatro, querernos, hacer deporte… Creo que los afortunados que conservamos la salud, el trabajo y las ilusiones tenemos también la obligación de no agachar la cabeza. Al menos en nuestra baldosa.
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