Opinión | EDITORIAL

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El enfado ciudadano

La decepción con los políticos debe tener como respuesta más responsabilidad, más ejemplaridad y mucha menos crispación

Cartel contra la clase política, en una manifestación ante el Congreso para reclamar pensiones dignas, en el 2018

Cartel contra la clase política, en una manifestación ante el Congreso para reclamar pensiones dignas, en el 2018 / periodico

A diario, llegan a EL PERIÓDICO numerosas cartas de lectores que repiten la misma idea: la decepción de la ciudadanía con los dirigentes políticos. Muchas de ellas no son textos antipolíticos, sino expresiones de un gran distanciamiento entre representantes y representados que hace tiempo que se da (el 15-M), pero que a causa de la pandemia se ha agudizado. Corren tiempos difíciles en los que a los ciudadanos se les exigen sacrificios de toda índole: económicos, sociales y personales. Las prohibiciones y las limitaciones proliferan y, más allá de episodios de incivismo, la sociedad española ha respondido con ejemplaridad desde el estallido de la pandemia el pasado mes de marzo. Sin embargo, la percepción entre muchos ciudadanos es que los políticos no están a la altura, enfrascados en un partidismo aguerrido y de suma cero. En estos tiempos excepcionales, espectáculos poco edificantes como los que demasiado a menudo se dan en el Parlamento hieren de gravedad el tejido democrático.

No todos los políticos son iguales, hay que afirmarlo con firmeza. El populismo (da igual su color) germina y se expande al amparo de esta idea demagoga. Hay políticos que hacen gala de unas actitudes irresponsables e impresentables, cierto, como por otra parte sucede en todas las esferas de la vida. Ahora bien, los altos niveles de crispación de la vida política española, el recurso habitual a la descalificación y la incapacidad de llegar a acuerdos en los grandes temas de Estado han contribuido a debilitar los vínculos entre la ciudadanía y los dirigentes. En el discurso público se ha instalado una dicotomía, el 'nosotros' frente al 'ellos', que lleva al maniqueísmo, al simplismo y a una conversación política enfermiza.

La extrema derecha aspira a beneficiarse de este gran enfado. Vox ha hecho gala de ello en la moción de censura de esta semana, que solo aporta confusión en plena segunda ola. La polarización política tiene su efecto en la sociedad, donde menudean posturas irreconciliables que contemplan al adversario político como un enemigo al que solo cabe destruir. El debate político constructivo languidece y se extingue entre el ruido y las 'fake news'. Un Parlamento fragmentado desde hace ya varios años y gobiernos débiles dependientes de amplias y diversas coaliciones no pueden afrontar las reformas necesarias porque la cultura política imperante es la del enfrentamiento. Y, así, una emergencia sanitaria que ha desatado una crisis económica y la consecuente crisis social se suma a las ya existentes crisis territorial e institucional. Es en este río revuelto en el que la extrema derecha se yergue como una amenaza a la convivencia.

Por eso, el aislamiento a Vox que se ha visualizado esta semana en el Congreso de los Diputados es positivo. Marca otro 'ellos' y 'nosotros': el de quienes respetan las normas democráticas y quienes quieren aprovecharse de ellas. Es un primer paso, ojalá vengan más, en terrenos como la lucha contra la pandemia y los Presupuestos. El país necesita dirigentes a la altura de la gravedad de la situación.