La mala educación

Los nietos del señorito Iván

No normalicemos la cobardía de la mala educación, que la democracia es un debate sobre ideas, y no una competición de gritos

Andrea Levy del PPC

Andrea Levy del PPC / periodico

Mar Calpena

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En 'Del asesinato considerado como una de las bellas artes', Thomas de Quincey escribía que “se comienza asesinando y se acaba faltando a la buena educación”, pero algunos comienzan ya por el final. Tomemos, por ejemplo, a Andrea Levy y sus exabruptos contra la oposición en el Ayuntamiento de Madrid. Cualquiera que haya trabajado nunca de cara al público estará familiarizado con esas malas maneras, esa displicencia de quien se siente la nieta del señorito Iván, el del cortijo, y con la que es posible soltar las burradas más grandes a sabiendas de que no pasa nada, que todo es bromi, que qué poco sentido del humor tiene el servicio.

La prepotencia y el 'zasca' suelen obtener buenos réditos políticos -que se lo digan a Abascal o a Trump- y, lo que es casi peor, se venden como modelo de relación social deseable. Los adalides del insulto y la desfachatez, además, suelen quejarse de los “ofendiditos”, pero lo cierto es que están encantados de esta simbiosis con aquellos que ven una ofensa en todas partes, que también existen, y pueden ser igualmente letales. Todo ello apela a una emocionalidad desbordada, incompatible con las ideas complejas o los tonos de gris. Es una pirotecnia ramplona que busca distraernos de recortes, corrupción e inoperancia, y que legitima en la calle la ley del más fuerte. Porque si no entendemos algo tan elemental como que no hay que insultar, que es saludable pronunciar de vez en cuando “buenos días” y “gracias”, o que no es de recibo pedir un presupuesto, una cita, o un favor y luego no volver a dar señales vida, ¿cómo nos extraña que las medidas sanitarias no se cumplan, o que se rechace el discurso matizado de la ciencia?

“Es fácil mentir, es fácil odiar, pero hace falta valentía para ser gentil y amable”, cantaban los Smiths. No normalicemos la cobardía de la mala educación, que la democracia es un debate sobre ideas, y no una competición de gritos.