Tambores de guerra

La trampa de Taiwán

La deriva belicista es brutal. Pekín, Washington y Taipei parecen haber perdido el sentido común

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taiwanw / MONRA

Georgina Higueras

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Historiadores, políticos y diplomáticos insisten en advertir contra las desastrosas consecuencias de lo que el profesor de la Universidad de Harvard Graham Allison llama “la trampa de Tucídides”, en relación con la teoría del historiador ateniense sobre que la tensión entre una potencia hegemónica en declive y otra en ascenso conduce inevitablemente a la guerra. Entre China y Estados Unidos, la trampa se llama Taiwán.

El general McArthur describió la isla como el “portaaviones insumergible”, el muro que impide el acceso de la flota china al Pacífico. Washington anuló el tratado de defensa mutua que tenía con Taipei para establecer relaciones diplomáticas con Pekín, en 1979, pero se obligó por ley a proporcionar a Taiwán los medios para defenderse. Ahora, en mitad de la creciente rivalidad entre China y EEUU y con los tambores de guerra sonando en el estrecho que separa la isla del continente, hace gala de su política de “ambigüedad estratégica” sobre una intervención para proteger a Taiwán.

Las ansias de Xi Jinping por construir su legado en torno a la reunificación de la patria para llegar como una sola China al centenario de la fundación de la República Popular, en 2049, y el envalentonamiento de Tsai Ing-wen tras su reelección como presidenta de Taiwán, junto al aumento del independentismo entre los isleños y el acercamiento de EEUU, han desatado una tormenta perfecta en el estrecho.

En los últimos meses, decenas de aviones espías y de combate del Ejército Popular de Liberación (EPL) han cruzado la línea media no oficial que dividía el estrecho y fue respetada durante décadas, obligando a los cazas taiwaneses a salirles al paso. Pekín ha declarado que no reconoce ninguna línea y continúa sus incursiones para ver la respuesta y desgastar a los pilotos taiwaneses.

A estas acciones se suma la decisión de Pekín de entrenar una fuerza militar lista para el combate, para lo que ha multiplicado los simulacros militares que realiza periódicamente, involucrando cada vez a más fuerzas. También ha conseguido combinar al mismo tiempo varios ejercicios militares a todo lo largo de su costa. En septiembre, en plena escalada del enfrentamiento con EEUU por la covid-19 y la ley de Defensa Nacional en Hong Kong, realizó simultáneamente dos maniobras en el mar del Sur de China y tres en la costa este, implicando el mar de China Oriental, el Amarillo y el de Bohai, que fueron seguidas por EEUU a través de aviones espía enviados a la zona, con las consecuentes protestas de China.

La Constitución de la República Popular considera la isla como una parte inalienable de su territorio y el Gobierno confiaba en que los lazos económicos y la iniciativa de ‘un país, dos sistemas’, ideada para la recuperación de Hong Kong y Macao, facilitaría el retorno de Taiwán al redil. Sin embargo, la llegada en 2012 de Xi Jinping al poder, con una agenda mucho más asertiva y nacionalista que sus predecesores, y el triunfo electoral en 2016 del independentista Partido Democrático Progresista, de la mano de Tsai Ing-wen, han dinamitado los puentes construidos con el Kuomintang, el antiguo rival del Partido Comunista Chino (PCCh).

Trump prepara ventas millonarias a Taiwán de drones, aviones de combate y misiles de largo alcance, entre otro armamento, mientras su asesor de Seguridad Nacional, Robert O’Brien, insta al Gobierno de Tsai a incrementar su presupuesto de defensa. “Simplemente no se puede gastar el 1,2% en defensa y esperar disuadir a una China que está involucrada en una acumulación militar masiva”, dijo O’Brien.

Pekín, por su parte, ha puesto en marcha toda su maquinaria propagandística para dejar claro a la isla que no consentirá que se independice y a EEUU que hay una serie de líneas rojas que, si traspasa, China irá a la guerra para impedírselo. Xi Jinping se juega su prestigio en este reto y sabe que cuenta con el total apoyo del EPL y de una buena parte de los 1.400 millones de chinos frente a los 24 de Taiwán.

El problema es que la defensa de Taiwán no es una bravuconada de Trump, sino que hay un fuerte consenso bipartidista en sostener la isla como el gran bastión democrático chino frente a lo que muchos congresistas estadounidenses califican de “régimen sanguinario”. El candidato demócrata a las elecciones del 3 de noviembre, Joe Biden, ya se ha pronunciado a favor de que el Congreso decida si EEUU debe defender Taiwán en caso de guerra.

La deriva belicista es brutal. Pekín, Washington y Taipei parecen haber perdido el sentido común y no hacen más que atizar el fuego sin pararse a pensar en las consecuencias. Ninguno de los tres quiere la guerra, pero no actúan para prevenir un error, un accidente que les juegue, a ellos y al mundo, una mala pasada que desate el peor de los infiernos.