Dos miradas

Trapero y la fuerza

De la sentencia que ha absuelto al mayor se pueden extraer lecciones sobre la barbaridad, ahora más patente que nunca, de una prisión injusta

Josep Lluís Trapero

Josep Lluís Trapero / JOSÉ LUIS ROCA

Josep Maria Fonalleras

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Para rebelarte puede bastar con una proclamación y unas cuantas arengas. Para que la rebelión sea efectiva, se precisa una fuerza, la posibilidad de vencer en una disputa. Con la sedición, aunque sea otro delito, según el Código Penal, pasa aproximadamente lo mismo. Puedes desgañitarte y gritar que te rebelas o que quieres cambiar el orden establecido, pero mala cosa si no tienes a mano un plan que incluya una amenaza real, ya sea en forma de persistente acumulación de ciudadanos o de unos armados que hagan frente al enemigo a quien quieres derrotar.

La sentencia que ha absuelto al mayor Trapero y a sus colaboradores desmiente tanto la furia explícita de la fiscalía como el argumentario de los hechos, escrito antes desde la fobia corporativa que no desde la fidelidad a la realidad de lo que ocurrió. ¿Y qué fue? Es sencillo. La maniobra política no tenía un escudo bélico, un ejército al servicio de la causa. De ello se pueden extraer lecciones sobre la torpeza de un simbolismo que se disolvió como polvo de azúcar en un café descafeinado. Y también la barbaridad, ahora más patente que nunca, de una prisión disparatada, desorbitada, innecesaria, dolorosa, injusta.